La campaña más atípica en la historia de las elecciones a la Casa Blanca ha vivido uno de los momentos más esperados con el segundo debate -y último, tras la anulación del anterior- entre Donald Trump y Joe Biden.
El todavía presidente de Estados Unidos dio un giro a su estrategia y ofreció un talante mucho más moderado y presidencial en este cara a cara, en el que los dos candidatos ofrecieron sus visiones para el futuro inmediato del país, marcado como el resto del mundo por la grave crisis de la pandemia del coronavirus.
El resultado de la pugna dialéctica quedó en un virtual empate, lo que en realidad no habrá dejado del todo satisfecho a ninguno.
Biden mantiene a escasos 10 días para los comicios una holgada ventaja en las encuestas en alrededor de 12 puntos. Y así, lo que más le convenía era no sufrir ningún revés en el desarrollo del debate. Pero los demócratas tienen muy presente que también Hillary Clinton llegó a las pasadas elecciones con ventaja sobre Trump -de hecho, ganó por votos populares- y al final perdió la Casa Blanca porque no se impuso en los estados clave, los que acaban decantando la balanza hacia uno u otro lado. El republicano ha ofrecido su mejor cara precisamente para intentar que se repita la jugada.
La incertidumbre es máxima, hasta el punto de que no es descartable que no se conozca al ganador la misma noche electoral. Lo que es innegable es que la comunidad internacional se juega mucho en estos comicios. Trump ya ha dejado claro que su intención no es la de virar sus políticas en un segundo mandato, sino profundizar en el proteccionismo económico y el aislacionismo que le dieron la victoria hace cuatro años.
Para nadie es un secreto que el COVID lo ha puesto todo de cabeza. Y el mundo entero se verá afectado por el papel que desempeñe EEUU en la etapa de pospandemia, cuando toque centrarse en la reconstrucción económica y también recomponer relaciones y posiciones geoestratégicas ahora relegadas. Lo que no está claro es que el estadounidense medio hoy quiera asumir tanta responsabilidad.
Donald Trump no quería que se hablara demasiado de la pandemia durante la campaña. Desplegar el tema mientras crecían visiblemente los contagios podía dar amplio motivo a quienes cuestionan su manejo de la crisis. Su sueño es que surgiera la vacuna en las semanas que preceden a la votación. Hubiera dado un empujón a sus posibilidades de ser elegido.
La fortuna, sin embargo, no le ha favorecido, ha sido perversa. La vacuna se atrasa hasta no se sabe cuándo y el virus le juega una mala pasada al contagiarlo, o supuestamente contagiarlo. No solo trae a todas las portadas y revistas escribiendo sobre ese problema, sino que muchos estadounidenses, incluso bastantes de sus partidarios, alcanzan la conclusión de que el presidente ha sido contaminado por su conducta osada en los últimos meses, al mezclarse en mítines con el público, organizar un acto temerario hace 15 días en los jardines de la Casa Blanca para presentar a su candidata a Ministra de la Corte, no llevar regularmente cubrebocas, etcétera.
En definitiva, que estaría mejor si se hubiera tomado el problema en serio. La cuestión a evitar se ha convertido ominosamente en protagonista.
No sabemos si el contagio será el responsable de de no repita como presidente. Trump se escapó un rato del hospital para mostrar que sigue al mando y que es valiente (osado o irresponsable para muchos) y algunos medios, no todos, han bajado la intensidad de sus críticas por respeto a un político atacado por una enfermedad especialmente nociva para la gente de su edad.
Con todo, las encuestas, que continúan siendo mayoritariamente favorables al triunfo de Joe Biden, como todos los dias lo restriega el New York Times, no parecen haber cambiado con el conocimiento del contagio. La posible simpatía por el afectado ha quedado contrarrestada con la percepción de que la Casa Blanca está manejando torpe o tendenciosamente la información sobre la salud del mandatario.
Y es que la fallas estuvieron presentes incluso en el manejo de su contagio. El médico habló de situación esperanzadora y de que pronto se le daría el alta, aunque Mark Meadows, su jefe de gabinete, manifestó que hubo momentos inquietantes e incluso se filtró que tuvo problemas respiratorios.
El alicaído Trump no logró arrollar a Joe Biden en los debates, muy a pesar de que Biden no es un gran orador y cerrar una cuestión importante con la que comulga todo su partido: la confirmación para una plaza en la Corte de la brillante y conservadora magistrada Amy Coney Barret. Si el examen por el Senado (en el que hay mayoría republicana) se celebra antes de la votación, la joven magistrada será confirmada y la Corte, trascendental en la vida de Estados Unidos, tendrá una mayoría amplia conservadora durante lustros (los ministros son vitalicios). No es descartable que un par de senadores republicanos se unan a los demócratas para pedir el aplazamiento hasta después de las elecciones, pero aun así la Cámara bendeciría, por mayoría raspada, a la candidata si la pandemia respeta a los senadores republicanos (ahora hay dos enfermos) y demócratas. Para los primeros, incluso para los partidarios más entusiastas del presidente, ese sería su mayor y mejor legado: una Corte, aunque en ella haya frecuentes sorpresas, cercanas a la ideología del partido.
Ahora, retomando la Pandemia. El virus como tal no es la mayor preocupación de los estadounidenses. El tema favorito de Trump, la economía, que en marzo podía haberle otorgado la reelección con un 3.1% de recesion, es la principal causa de desasosiego de los votantes. Lo manifiestan así en una encuesta nacional que fue profusa en medios de comunicación el 89% de los encuestados, frente al 77% que están inquietos por el COVID y el 57%, por el cambio climático. Al final de las prioridades (16%) están las relaciones con China y Rusia.
A largo plazo, historiadores y analistas rumiarán si el recrudecimiento de la pandemia, al afectar a la economía, truncó las posibilidades de Trump y si este debió tomar inicialmente impopulares medidas drásticas de confinamiento. Es decir, si se equivocó de estrategia y midió mal los tiempos. El vuelco de 2016, cuando Trump sorprendió a Hillary Clinton, es temido aún por muchos demócratas. También a corto, y dado el odio de Trump al voto por correo (un 39% puede que elijan esa modalidad en esta ocasión), es dudoso que en la madrugada del 3 sepamos los resultados e incluso que el maniobrero Trump los acepte, como incluso ya ha amenazado.
Hablando particularmente de Joe Biden. Cuando lanzó su precandidatura a la presidencia de Estados Unidos en abril de 2019, el demócrata Joe Biden declaró que representaba dos cosas: a los trabajadores que «construyeron este país» y a los valores que pueden unificar las grietas que actualmente dividen a Estados Unidos.
Muchísimo ha pasado desde entonces.
La pandemia de coronavirus, una crisis que desnudó el racismo en el país y lo que se perfila como una depresión económica histórica pusieron el año 2020 de cabeza y representan un enorme desafío para quien ocupe la Casa Blanca tras los comicios del 3 de noviembre. Estos eventos han obligado a los candidatos a modificar algunas de sus propuestas, prioridades y estrategias.
Muchos analistas consideran que la decisión de Biden, de 77 años, de nombrar a la senadora por California Kamala Harris como su número dos -la primera mujer negra candidata a la vicepresidencia en la historia del país- forma parte de esos cambios. Sin embargo, hay una cosa que no ha cambiado: la propuesta básica de Biden, que fuera vicepresidente de Barack Obama, sigue siendo reconstruir y restaurar lo que, a su entender, se ha perdido durante el gobierno actual.
Desde alianzas internacionales hasta el avance de la clase media, la protección ambiental y los derechos a la atención médica. No debería sorprender que el enfoque de Biden ante una crisis de salud pública sea tomar una respuesta tecnocrática impulsada por el gobierno federal.
En sus últimos días como vicepresidente durante la administración Obama, Biden inició un proyecto federal masivo y ambicioso para impulsar la investigación del cáncer, conocido como la iniciativa Cancer Nacional Moonshot.
Para abordar el coronavirus -el desafío más inmediato y obvio que enfrenta EE.UU. hoy- Biden propone proporcionar pruebas gratuitas para todos y contratar a 100,000 personas para establecer un programa nacional de rastreo de contactos.
Dice que quiere establecer al menos diez centros de pruebas en cada estado y pedir a las agencias federales que desplieguen recursos y brinden una guía nacional más firme a través de expertos federales.
También cree que todos los gobernadores deberían exigir el uso de cubrebocas. Biden dice que ampliará el alcance de la Ley de Cuidado de Salud Accesible (o ACA), más conocido como Obamacare, aprobado durante su gestión como vicepresidente y que Trump ha intentado derogar.
Su plan es asegurar a aproximadamente el 97% de los estadounidenses.
Aunque no llega a la propuesta de seguro médico universal, conocida como «Medicare para todos», por la que abogan los miembros más progresistas de su partido, Biden promete dar a todos los estadounidenses la opción de inscribirse en una opción de seguro médico público similar a Medicare, que brinda beneficios médicos a los ancianos.
También promete reducir la edad de elegibilidad para Medicare, de 65 a 60 años.
El Comité para un Presupuesto Federal Responsable, un grupo no partidista, estima que el plan total de Biden costaría US$2,25 billones en diez años. Biden quiere aumentar el salario mínimo a al menos US$15 la hora, una medida que goza de popularidad entre los jóvenes y que se ha convertido en una especie de tótem del Partido Demócrata en 2020.
TAMBIÉN PROPONE PONER FIN AL PAGO DE SALARIOS POR DEBAJO DEL MÍNIMO PARA LOS TRABAJADORES QUE RECIBEN PROPINAS.
Y ha dicho que revertirá los recortes de impuestos de la era Trump.
En tanto, el demócrata ha hecho de la construcción de una economía de energía limpia un punto focal de sus propuestas.
Quiere una inversión de US$2 billones en energía verde, argumentando que impulsar la producción verde ayudará a la clase trabajadora, que realiza la mayoría de esos trabajos. Biden ha prometido que si gana, volverá a sumar a EE.UU. al acuerdo de París, del que se retiró con Trump.
Se ha comprometido a alcanzar una «economía de energía limpia» al 100% para 2050 y ha descrito el cambio climático como «el desafío que definirá el futuro de nuestro país».
El plan «Reconstruir mejor» de Biden propone que el gobierno federal invierta US$700,000 millones de dólares en materiales, servicios, investigación y tecnología fabricados en EE.UU.
La propuesta también apunta al fortalecimiento de las llamadas leyes «Compre productos estadounidenses», que incluyen ajustar la definición de lo que es considerado un bien de producción nacional.
Ha enfrentado críticas de Trump y demócratas de izquierda, como el senador y exrival por la presidencia Bernie Sanders, por su apoyo anterior al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que según los críticos envió puestos de trabajo al extranjero.
En Política exterior. La política de Biden se centra en una noción de «política exterior para la clase media», así como en la promesa de reparar las relaciones con los tradicionales aliados del país que Trump socavó, en particular con la OTAN.
En un artículo de opinión publicado en la revista Foreign Affairs, Biden escribió que, como presidente, se centrará primero en los problemas internos y no firmará nuevos acuerdos hasta que haya inversiones en el país, por ejemplo, en atención médica e infraestructura.
Biden también ha dicho que China debería rendir cuentas por prácticas injustas, pero en lugar de imponer aranceles unilaterales ha propuesto formar una coalición internacional con otras democracias que China «no puede permitirse ignorar».
En Educación: preescolar universal y expandir la educación universitaria gratuita. En un giro notable hacia la izquierda, Biden ha respaldado varias grandes políticas educativas que se han vuelto populares dentro del partido: condonación de la deuda de préstamos estudiantiles, expansión de universidades gratuitas y acceso preescolar universal.
Estos se pagarían con el dinero recuperado de la retirada de los recortes de impuestos de la era Trump.
Control de armas: un cambio radical de las políticas actuales para frenar la violencia armada. La campaña de Biden llama a la violencia armada «una pandemia de salud pública».
Si gana, el candidato ha prometido más de dos decenas de cambios en las políticas estadounidenses de control de armas.
Biden dice que prohibirá la fabricación y venta de armas de asalto y cargadores de alta capacidad y exigirá verificaciones de antecedentes para todos los compradores de armas. También pondrá fin a la venta en línea de armas de fuego y municiones, e incentivará a los estados a invocar leyes de alerta que permitan a la policía confiscar armas temporalmente a personas consideradas.
Inmigración: marcha atrás a las políticas de Trump. Si es elegido, Biden dice que buscará inmediatamente deshacer las políticas de inmigración de la era Trump.
En sus primeros 100 días en el cargo, promete revertir las políticas que separan a los padres de sus hijos en la frontera, rescindir los límites a las solicitudes de los solicitantes de asilo y poner fin a las prohibiciones de viaje a varios países de mayoría musulmana.
También promete proteger a los «Dreamers», personas que fueron traídas ilegalmente a EE.UU. cuando eran niños y ahora se les permite permanecer bajo una política de la era de Obama, así como garantizar que sean elegibles para la ayuda federal para estudiantes.
Justicia: reforma del sistema penal, marihuana legal y no más pena de muerte. Biden ha propuesto una serie de políticas para reducir el encarcelamiento, abordar las disparidades por raza, género e ingresos en el sistema judicial y rehabilitar a los prisioneros liberados.
Si es elegido, Biden dice que eliminaría las sentencias mínimas obligatorias, despenalizaría la marihuana y eliminaría las condenas anteriores por cannabis, y que pondría fin a la pena de muerte.
Sin embargo, ha rechazado las llamadas para retirar fondos a la policía. Ha dicho que algunos de esos fondos deberían ser redirigidos a los servicios sociales, como los de salud mental, pero hasta ahora ha eludido los planes para «desfinanciar» a la policía, en el ojo del huracán por acciones de brutalidad como la que llevó a la reciente muerte del afroestadounidense George Floyd.
En cambio, su plataforma aboga por una inversión de US$300 millones en un programa de policía comunitaria y promete expandir el poder del Departamento de Justicia para abordar la mala conducta sistémica en los departamentos de policía.