JUAN, MARÍA Y DUARTE LLEVAN TRES MESES DE VIAJE EN BUSCA DEL SUEÑO AMERICANO; EN SU CAMINO POR MÉXICO, HAN SIDO MARGINADOS POR LA SOCIEDAD
Un hombre con una sudadera verde, ya vieja y desteñida, camina entre los automóviles que se detienen al ponerse la luz del semáforo en color rojo. No es necesario que diga palabra alguna, las personas le entienden perfectamente: al pasar por un carro mira al conductor a los ojos y le estira la mano en señal de que se le dé algo, una moneda, un taco, una botella de agua, “lo que sea su voluntad”.
Los automovilistas, al notar que se les veía, voltean la mirada a otro lado: al celular, al extremo contrario, al frente, a cualquier lado para hacerse creer que no hay nadie, que sólo ha sido el viento lo que pasa a su lado.
Otros sí notan al hombre que caminaba hacia su auto. Antes de que se acerque demasiado, mejor suben el vidrio. Y si ya está muy cerca, le mueven la cabeza o dedo índice repetidamente, de izquierda a derecha: aquí no hay nada para ti.
Tal vez era la facha. La sudadera con agujeros en las mangas, con una calavera blanca en medio y la palabra “ZERO” en letras rojas. Que tenía la capucha puesta y debajo, una gorra azul. Unos pantalones cafés y zapatos deportivos azules ya desgastados. Un saco de donde asomaba otra chamarra vieja. Tal vez eran los tatuajes en las manos. Juan sabe la razón: era la facha, los tatuajes y que es migrante. Principalmente, que es migrante.
Fueron más de 40 minutos los que Juan estuvo caminando entre los autos, bajo el duro sol de la una de la tarde. Lo que consiguió: unas cuantas monedas de un peso y 50 centavos y una botella de agua natural de un litro.
Lo recaudado lo entregó a su esposa, María. A María la conoció hace más de una década, comenzó a salir con ella, como su novio, once años atrás. Ella esperaba sentada bajo la sombra de un árbol, mientras miraba a Juan y se perdía en sus propios pensamientos.
Después, pasó otro automóvil y les entregó un contenedor de plástico con algo de comida que parece, era lo que había sobrado, pero que les servía bastante. Eran papas con chorizo, frijoles, salsa mexicana, guacamole, nopales y cinco tortillas. María y Juan le hablaron al hermano de María, que estaba, igual que su cuñado, pidiendo ayuda en otro crucero.
A Duarte tampoco le fue muy bien con los donativos, sólo obtuvo un poco de dinero. Él sabía que lo discriminarían por ser migrante. Y quiso preparase para que las personas vean que no es un vago. Consiguió palma para hacer flores con ellas, artesanía que aprendió de donde es originario, Honduras.
Pero para hacer grandes artesanías, como sombreros, necesita unas tijeras. Él y María fueron a la Farmacia Guadalajara que está en Arcos y Niños Héroes, cerca de las vías del tren, para conseguir un poco de alimento y de pasada, unas tijeras. No las pudo comprar. Prefirieron salirse del establecimiento, los miraban “muy feo”, les barrían con la mirada.
Mientras los tres comían, policías en bicicleta pasaban cerca de ellos y les miraban con dureza. Hay ocasiones, cuando están junto a las vías del tren, en que policías mexicanos, de cualquier estado, les obligan a darles el poco dinero que llevan, bajo amenaza de llevárselos.
“Como no somos de aquí, nos ven bien raros, piensan que les vamos a hacer algo. Pero nosotros venimos de paso, no a quedarnos a molestar a nadie, nomás lo que queremos es seguir adelante”, dice María.
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Los tres comenzaron juntos su viaje hacia Estados Unidos hace tres meses. Están conscientes de los peligros, especialmente cuando se van acercando hacia el norte, que se pone más peligroso, a partir de Mazatlán, relatan.
Es la tercera vez que Juan intentará cruzar la frontera entre México y Estados Unidos; la primera vez fue hace cinco años, que trató de atravesar por Tijuana. Y lo regresaron. Duarte viajó con él en esa ocasión, pero él sí logro quedarse y trabajar durante año y medio como carpintero, después, lo regresaron.
María tratará de cruzar por primera vez. Mientras come con su hermano y su esposo, en medio de la calle, tiene puesta una camisa azul cielo con figuras rosas. Se le notan sus aretes morados de calavera, que le recuerdan, al igual que el tatuaje de La Santa Muerte en la pierna izquierda, que le debe mucho a la también llamada Niña Blanca, a la que le es devota desde hace quince años.
Tras un rato de tener calor, María se quita la camisa azul y se queda con una blusa de tirantes de color morado. Pero cuando sube al tren, María se vuelve hombre.
Se viste pantalones de hombre, sudadera de hombre, lentes obscuros, se quita los aretes y se pone una gorra. Así ha evitado durante tres meses que le agredan por el simple hecho de ser mujer, de que la puedan violar o la dejen golpeada.
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Los mexicanos lamentan y maldicen las declaraciones que se consideran xenofóbicas del precandidato republicano Donald Trump. Lo que no están conscientes, la mayoría, es que hay también racismo en el país, hacia todos aquellos que fingen que no existen, los migrantes, los que provienen del centro y del sur del continente Americano.
El viaje por México es duro para el migrante. Y si es originario de Centroamérica o del Sur, lo es todavía más. Juan, Duarte y María, aunque son de Honduras, dicen que son mexicanos, así los tratan mejor.
El racismo y la discriminación a los migrantes extranjeros no solamente pasa en el norte del país, también en Jalisco es real. Son pocos los que “quieren ver” esta parte de la sociedad que se ha visto marginada, que les llaman “vagabundos” o “los de las esquinas”.
El albergue FM4 Paso Libre, ubicado en Guadalajara, cerró sus puertas debido a la falta de seguridad, por las constantes amenazas que fueron acrecentándose desde hace un año y culminaron en un punto que se había vuelto completamente peligroso tanto para los voluntarios como para los migrantes. Ahora, reabrirán el albergue, pero en otra zona, en la colonia Arcos Vallarta, donde también pasa La Bestia, el tren que toman los migrantes para subir hasta Tijuana y cruzar la frontera.
Alrededor de 70 vecinos de Arcos Vallarta se manifestaron en contra de que se instale el albergue FM4 en su colonia. Lo que ellos dijeron es que se incrementaría más la inseguridad, la cual subrayaron ya es alta debido a que entre Avenida Arcos, Inglaterra y Niños Héroes hay todos los días indocumentados. Aunque mencionan que apoyan a los migrantes, no quieren que haya más por la colonia, “por el bien de sus hijos”.
Entre Avenida Arcos y Paseo de la Arboleda hay un parque con ambiente tranquilo, al que acuden por la tarde parejas de personas que aprovechan para comer juntos y si andan saliendo como novios, se besan sentados en las bancas que hay. Pero también es un parque para migrantes.
La mayor parte del día se pueden ver personas con sus sacos de viaje y alimentos, descansando bajo un árbol, dormidos en el pasto. Por eso, los niños que juegan ahí siempre son supervisados por un adulto. Sin embargo, vecinos apuntan que hay inseguridad, y que incrementa por los indocumentados.
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Hay ocasiones en que personas “sin buenas intenciones” se suben al tren y comienzan a separar a los migrantes, entre mexicanos “y el resto”. A los de México les dan más oportunidades de llegar al norte, a los demás, les seducen con trabajo para ganar dinero fácilmente, si les va bien, sino, los obligan a trabajar para ellos.
Los trabajos para que los quieren pueden variar, desde trabajar en el campo, en plantíos sospechosos y a kilómetros de la civilización, vender droga directamente o formar parte del grupo delictivo. Y lo peor que puede ocurrir, bien lo saben, es que los asesinen.
Que haya homicidios a extranjeros del país se ha dado por todo el país. En 2010 se conoció la masacre de San Fernando, en Tamaulipas, donde el grupo delictivo Los Zetas mató a 72 migrantes que trataban de llegar a Estados Unidos. El 22 de agosto se cumplieron cinco años de esta matanza.
En 2011, se descubrieron 193 cuerpos en fosas comunes en San Fernando; y en 2012, en Cadereyta, Nuevo León, los cuerpos desmembrados de 49 indocumentados.
Los dos hermanos y el cuñado echan mentiras; aprenden un poco sobre los lugares emblemáticos de México para decir que son nacidos en Chiapas, en el Distrito Federal o en el estado por el que pasen desapercibidos.
Pasando Mazatlán se pone peor la situación para ellos: que hay más racismo a los extranjeros, a los originarios de países que están al sur de México, por supuesto, no a los del norte. Ahí no los quieren, hay más peligro de que salgan heridos, muertos o vuelvan deportados.
Al llegar a la frontera, los coyotes que cruzan a los migrantes a Estados Unidos, dan preferencia a los que son mexicanos. Si alcanzan y pueden, pasan los guatemaltecos, los salvadoreños, los hondureños y el resto de los sudamericanos.
“La verdad decimos que somos mexicanos cuando no lo somos, pero lo decimos para que no nos digan nada. Hay veces que nos piden documentos y todos eso, pero duramos mucho tiempo pasando para allá como para que nos vuelvan otra vez y sufrir otra vez”, sostiene Duarte.
Los migrantes son blanco de los grupos del crimen organizado; a nivel nacional, destaca las amenazas que se han hecho en contra del padre Alejandro Solalinde, conocido por su labor humanitaria para apoyar a los indocumentados.
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La Organización Internacional para las Migraciones (OIM), estima que son cerca de 150 mil personas anualmente que ingresan como indocumentados a México para llegar a Estados Unidos. Sin embargo, apuntan que de acuerdo a las organizaciones civiles que apoyan a los migrantes dan cifras de hasta 400 mil. Pero el mantener un registro exacto se hace complicado debido a que no cuentan con papeles ni son tomados en cuenta por las autoridades.
El motivo de migración, suele ser el mismo: la búsqueda de un trabajo mejor para mantener a su familia.
El Instituto Nacional de Migración (INM), de 2005 a 2012 ha deportado 922 mil 609 personas que vivían en las estaciones migratorias. Los principales países a los que regresan son: Guatemala, Honduras y El Salvador.
De enero 2011 a noviembre 2012 se han devuelto a 75 mil 774 migrantes.
Los Grupos Beta, pertenecientes al INM, se dedican a rescatar y proteger a los indocumentados. Durante 2014 se han orientado a 210 mil 94 y se han rescatado a 2 mil 710.
Han atendido a 558 migrantes heridos y prestado ayuda humanitaria a 174 mil 628.
Los migrantes se consideran un sector vulnerable, aún más las mujeres y niños que son ultrajados en el camino y pueden ser más víctimas de trata de personas y de explotación.
De acuerdo a la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México (Enadis) de 2010, tres de cada diez personas cree que en México no se respetan los derechos de los migrantes centroamericanos. Es apenas una de cada diez que piensa que se respetan sus derechos.
Sin embargo, el 58 por ciento de la población, que corresponde a seis de cada diez, aceptarían que en su casa viva una persona extranjera. Pero el 27 por ciento no lo permitiría.
La Ley de Migración de la República Mexicana establece, en sus primeros dos artículos, que en cualquier momento se deben respetar los derechos humanos de los migrantes, nacionales, extranjeros, sin importar su etnia, su edad o su situación migratoria.
La Ley dice, en el Artículo 2:
“Especial atención a grupos vulnerables, como menores de edad, mujeres, indígenas, adolescentes y personas de la tercera edad, así como a víctimas del delito. En ningún caso una situación migratoria irregular preconfigurará por sí misma la comisión de un delito ni se prejuzgará la comisión de ilícitos por parte de un migrante por el hecho de encontrarse en condición no documentada”.
Los migrantes que transitan por México, si se lastiman o son víctimas de delitos, no acuden a las autoridades por ser indocumentados y por el miedo de que puedan ser deportados a su país de origen.
A pesar de que la Ley de Migración dice que pueden acceder a servicios educativos y médicos de manera gratuita, son más los casos en los que deben solucionar los mismos migrantes sus problemas médicos, tratando de pasar desapercibidos a los policías, pues no saben si le llamarán a la “migra” para regresarlos.
Amnistía Internacional México ha pedido en diversas ocasiones que se tomen acciones serias para que se combata la discriminación hacia los migrantes, así como para su protección mientras cruzan a Estados Unidos, pues son víctimas de los mismos policías, de grupos delictivos y de la sociedad en general que los hace a un lado.
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En los meses que llevan de viaje Juan, María y Duarte, ya han sufrido un asalto, cuando llegaron al Distrito Federal, en la Estación La Lechería, donde les robaron todo lo que traían y solamente les dejaron dos cobijas y la ropa que tenían puesta.
Casi al inicio de su viaje, María se cayó del tren, se lastimó gravemente el brazo derecho. Tuvo que curarse a sí misma y tras un mes y medio de recuperación, solamente tiene un poco hinchada la muñeca, con el hueso saltado.
El que los migrantes corran detrás del tren, es un peligro para su integridad física, pues son múltiples los casos en los que pierden una extremidad o quedan en las vías, atropellados.
Pueden pasar tres días sin que bajen del tren, soportando el arduo sol, la lluvia y el miedo a que puedan ser asaltados e incluso aventados de La Bestia mientras duermen. Si se suben muchas personas al tren, ellos deben bajarse y esperar el siguiente, por su seguridad, “así tiene que ser”, apunta Juan.
Como María no puede correr mucho tras el tren, Juan y Duarte deben detenerlo, una vez que se suben, para que ella pueda subir también.
Los viajeros esperan llegar a Tijuana y cruzar la frontera por ahí. Si atraviesan, enviarán dinero a sus familias. Juan y María a sus hermanos. Duarte, a su mujer, que cuida a sus tres hijos, de dos, seis y ocho años.
Juan, María y Duarte dejaron Honduras por el poco trabajo y el bajo salario que obtenían como jornaleros agrícolas; lo que quieren es vivir mejor, “seguir adelante”.
El resto del viaje quieren que sea tranquilo, sin asaltos ni trato de extorsiones. Los tres toman sus sacos, las bolsas en las que cargan la poca comida que llevan y se van por las vías del tren, en busca del anhelado sueño americano.