“Ningún principio tiene una importancia más central en la idea democrática que el de la limitación del Estado, que debe respetar los derechos humanos fundamentales. Además, ¿cómo olvidar que el adversario principal de la democracia en nuestro siglo no ha sido la monarquía de derecho divino o la dominación de una oligarquía de hacendados y señores feudales sino el totalitarismo, y que, para combatirlo, nada es más importante que reconocer los límites del poder del Estado?”
Alain Touraine, ¿Qué es la democracia?
El sistema de partidos ha evolucionado históricamente para constituir uno de los pivotes de preservación de los valores republicanos y pluralistas fuertemente afincados en los derechos humanos, para todos los individuos, grupos sociales y minorías, que dan sentido a las democracias modernas. Al grado que la proscripción de los partidos, a pretexto de defectos ciertos como la corrupción de muchos de sus integrantes, el tráfico de influencias, la estulticia o lo anodino de sus agendas, la sombra de poderes fácticos incluso criminales, y la enorme carga presupuestal que representan, nunca ha derivado en el arribo de la democracia plena, sino en lo contrario: la terminación de la precaria democracia real que existía.
Que un partido, grupo o individuo en el gobierno busquen acumular posibilidades de control para allanar camino a su “programa” no es raro; ha sido claramente identificado como una pulsión por el poder desde los orígenes mismos de los sistemas representativos. Y aquí es justamente donde entran de forma activa los trabajos de la oposición. El genio del sistema consiste en que no deben ser siempre individuos virtuosos, de vidas impecables e incluso de convicciones democráticas plenas, quienes cumplan esa función: basta incluso con que asuman la custodia de sus propios intereses y enfrentarse a quienes pretenden afectarlos, para que el mecanismo de los contrapesos se eche a andar. O un perro bravo se queda con todos los bisteces, o tiene otros perros bravos que se los disputan. Huelga decir que en esta triste fábula, los bisteces son el interés y los bienes públicos, desde patrimonio hasta valores como las libertades a las que se consagra la primera parte de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Porque la naturaleza del poder político y económico tienden al monopolio o siquiera al oligopolio (la historia de la América Latina independiente ilustra profusamente estos dos casos, desde la derecha y desde la izquierda), los grandes pensadores políticos han definido que para hablar de democracia no podemos pensar solamente en las garantías muy esenciales para el voto directo y universal (tan manipulable por hábiles demagogos, como también ilustran historias recientes locales, regionales o nacionales), sino en la creación de una sólida institucionalidad afuera del gobierno, pero también a su interior, como parte de los contrapesos que deberían llevar a que ningún partido y ningún líder acumule demasiado poder. Los políticos existen y son necesarios para encabezar el camino hacia una sociedad ideal con justicia, equidad y libertades, pero no se pueden sacrificar los principios fundacionales. Nunca estorban y a la larga benefician a todos, incluso a quienes buscan, de forma oportunista, eliminarlos para acumular más poder como facción o personal.
Sirve esta reflexión para entender y analizar el proceso electoral que se pondrá en marcha en unas semanas en Jalisco y México. Hay una clara intención de los partidos en el poder, Morena a nivel nacional y Movimiento Ciudadano en Jalisco, de mantener mayorías que preserven a los oposicionistas como meros espectadores con derecho al pataleo del cambio de la realidad que ese poder acumulado les está permitiendo a quienes gobiernan.
La idea de los viejos partidos expulsados de la hegemonía por sus dudosas gestiones recientes -sobresalen el PRI y la democracia modernizadora, reformista y corrupta que encabezó en los años de Enrique Peña Nieto a nivel estatal y nacional; o los regímenes tibios en enfrentar los lastres del pasado, a veces sectarios, y relativamente los más transparentes de todos, de Acción Nacional -, de reunirse más allá de sus diferencias, para establecer un frente que dé al traste con las mayorías legislativas de la facción gobernante, es bastante defendible, pues hay causas superiores que llevan a preferir el rescate del Congreso de la Unión como efectivo contrapeso al sueño del presidente Andrés Manuel López Obrador, de barrer con, y no reformar a, toda la construcción política de los últimos 30 años, defectuosa pero pluralista, con numerosos espacios de autonomía y contrapesos al poder presidencial casi omnímodo y omnipotente que ocasionó las fuertes crisis económicas y sociales de los años 70, 80 y 90.
José Antonio Aguilar Rivera, coordinador de un valioso libro llamado La Fronda liberal: la reinvención del liberalismo en México (1990-2014), llama la atención sobre un afortunado comentario de Alexis de Tocqueville, muy aplicable a nuestro actual contexto mexicano:
“En este momento, los peligros de desunión súbitamente se hicieron evidentes para todos. La gente hizo un esfuerzo supremo para coincidir. En lugar de fijarse en lo que les distinguía trataron de concentrarse en lo que tenían en común: destruir el poder arbitrario, recuperar para la nación la posesión de sí misma, asegurar los derechos de cada ciudadano, hacer a la prensa libre, a la libertad individual inviolable, suavizar las leyes, fortalecer los tribunales, garantizar la tolerancia religiosa, destruir los obstáculos al comercio y la industria, esto es lo que querían” (El antiguo régimen y la revolución, Alexis de Tocqueville).
ES VERDAD, EL ESPECTÁCULO QUE DAN HOY LOS PARTIDOS OPOSITORES NO AYUDA A CREER EN ESE FIN SUPERIOR SINO COMO MERA ARGUCIA CÍNICA.
Fieles a su afán de conseguir el poder por el poder, pulsión de por sí fuertemente arraigada en la pisqué del mexicano medio, están compitiendo con Morena en poner a los más vergonzosos y “rentables” candidatos en los diferentes puestos de elección popular, con total indiferencia a sus credenciales democráticas y sus perfiles técnicos. No hay tampoco un planteamiento programático digerible y que justifique la en apariencia aberrante alianza de dos enemigos históricos, PRI y PAN, y la suma de los últimos residuos de izquierda democrática, por desgracia históricamente débil, refugiados en el PRD (pues en Morena, si los hay, están convenientemente silenciados más allá, oh paradoja, de algunos discursos estridentes).
Seamos honrados: no se trata más que de una alianza coyuntural que tiene por fin evitar que la acumulación de poderes en un solo personaje, el presidente, termine de dar al traste con lo que, tras dos años de ejercicio, ha dejado de nuestra institucionalidad democrática, bajo el discurso irracional de que todo es corrupción y todo se debe barrer (esto, sin olvidar por un momento que la corrupción se debe barrer; pero no demuelo una casa a pretexto de que un cuarto está mal edificado, hago las reparaciones necesarias para dejarlo bien). Reconozcamos que es perfectamente posible que al día siguiente de las elecciones, ese mandato de las urnas sea traicionado. El estilo de hacer política con negociación a la mexicana (ojo, no cuestiono la necesidad de negociación entendida como diálogo y ruta al entendimiento, sino su uso indiscriminado para garantizar…el negocio de los “dialogadores”) me llena de incertidumbre sobre si realmente la oposición estará a la altura que le demanda el desafío histórico de frenar la demolición democrática en que está empeñado el presidente (o sea, no destacrtemos que los perros bravos se pongan de acuerdo para comerse los bisteces…).
Por lo menos, el caso del Partido Movimiento Ciudadano (PMC), al separarse del frente opositor por conveniencia propia, nos permite entender claramente que no conforma hoy una opción viable de voto a nivel federal si atendemos la urgencia de frenar a López Obrador. No sería la primera vez que los partidos pequeños usen su representación para negociar con el presidente de la república acuerdos ventajosos… a cambio de sumarse a su facción en las cámaras. Mientras la dirigencia de esa entidad política no se comprometa firmemente con sus votantes frente a la urgente necesidad de restablecer contrapesos, yo pienso con toda seriedad que jugará a ser “partido bisagra”, como lo ha hecho, bastante bien para sus intereses aunque con frecuencia lamentablemente para México, la facción camaleónica por excelencia de nuestro país: el Partido Verde Ecologista de México (PVEM).
Y no es una duda gratuita: el gobernador y líder moral de esa agrupación política, Enrique Alfaro Ramírez, tiene un estilo personal inquietante no solamente por su clara tendencia autoritaria (uno de los rasgos que lo hacen más similar a López Obrador), sino porque en dos años no terminó por asumir su responsabilidad de presunto líder opositor. La realidad es que públicamente mostró rasgos de sumisión al tabasqueño que contradecían sus tonantes declaraciones en redes sociales. La decisión de no ir por el frente manda dos mensajes claros: no será un líder de oposición, y buscará allanar el camino de su segundo trienio con un “diálogo” en que su bancada estará para ofrecer algo a cambio. Y un presidente ante la eventualidad de una pérdida de mayorías, deberá dar otro trato al gobierno de Jalisco, que ciertamente ha padecido la falta de respeto por el federalismo que acusa el mandatario nacional.
Lamento decirlo porque encuentro personajes muy valiosos en MC que seguramente darán una lucha personal por la democracia, pero les pregunto, ¿se atreverán a contradecir la línea de su coordinación política en las cámaras cuando se trate de votaciones vitales para mantener órganos autónomos y reguladores, evitar costosas reformas constitucionales, rescatar un sensato uso del presupuesto ya no en proyectos faraónicos y dudosos, como Dos Bocas o tren maya, sino el fortalecimiento real del sector salud o de la infraestructura educativa, una reforma fiscal realmente progresiva e incluyente, apoyos a los sectores dañados por la pandemia, etc? Dejo las preguntas en el aire.
Por ahora, entonces, habrá que exigir un compromiso mínimo y formal a los integrantes de la alianza opositora PRO-PAN-PRD con la preservación de la constitución y de los contrapesos de nuestro sistema republicano. Sería muy sano que esos principios fueran validados para que los mexicanos que en un momento dado se sientan defraudados, puedan reclamarlos legalmente. Es el viejo y pomposo “que la nación se los demande”, pero con verdaderas demandas que pongan ante responsabilidades políticas, civiles o penales, a quienes transgredan el compromiso.
Al Partido Morena mismo le conviene también enfrentar a sus propios oportunistas y dejar de ser el partido cachavotos solamente empeñado en ser mayoría, al grado que está ideológicamente desdibujado: a lo más que aspira es a ser la herramienta dúctil de los sueños presidenciales de poder. Hay casos lamentables en Jalisco. Yo encuentro uno particularmente en la persona de la diputada Mariana Fernández, quien era el liderazgo más visible y mejor construido del PRI. Confieso no comprender sus motivos para aceptar la aventura de pugnar por la presidencia de Zapopan bajo los colores de Morena, y dejar al tricolor, que seguramente le habría dado esa representación o la de Guadalajara, donde aprovecharía el desgaste del gobierno emecista y eventualmente ganaría. ¿Qué le prometieron a la prima del gobernador Enrique Alfaro para abandonar un barco en el cual, estaba llamada en breve tiempo a convertirse en su más importante activo? ¿Realmente ha sido sabia en su elección, y se cree con los tamaños para enfrentar a un precandidato que se asoma fuerte y con estructura, como el ex alcalde de Tlajomulco Alberto Uribe? Más allá, ¿si triunfa en la interna y luego gana la alcaldía, mantendremos a la mujer política comprometida con la transparencia y la crítica del poder político, o será una historia más, de raigambre en el viejo PRI en que se formó López Obrador, de obediencia sin mácula y sin dudas, de “las horas que usted diga, señor presidente”? Yo sí lamento esta posible pérdida porque siempre la consideré una mujer política valiosa y lúcida que daba la cara en estos tiempos de autoritarismo.
Estamos en la antesala de una elección fundamental, y nos guste o no, esto es con lo que debemos construir. Los mexicanos debemos ser autocríticos: somos una democracia sin demócratas, intolerante, proclive a los intereses personales y al uso cínico del poder, porque eso somos en esencia los mexicanos en nuestra vida cotidiana. Es el “Dios mío, no te pido que me des, sino que me pongas donde hay”. Por si fuera poco, caímos hace mucho tiempo en la artera trampa que nos tendieron los políticos profesionales: la política es nociva, es corrupta, es para malas personas. Y entonces le dejamos todo a los miembros más prominentes en el ejercicio de esas cualidades, que hay en nuestra sociedad. La lección de esta crisis es que sin participación honrada y lúcida -ah cómo se ha desvalorado el papel de la lucidez, de la inteligencia, en nuestra política de ocurrencia faraónicas y emocionales -, valiente y decidida, de los ciudadanos de a pie, nuestra democracia no tiene futuro. Incluso aunque el sueño lopezobradorista de poder total sea detenido, temporalmente, en las urnas, el próximo mes de junio.