Tal y como establece la bella advertencia preliminar de la película Fargo, no citaré nombres propios por respeto a los muertos, pero sí recordaré los hechos tal como sucedieron por respeto a los que sobreviven. La historia es real, actual y es la que sigue. Hace unos días, una mujer fue asesinada en Zapopan por su vecino, varios años mayor que ella, “por no corresponder a sus intereses sentimentales”. Al menos eso dice la prensa.
Según las escuetas notas publicadas, la mujer estaba separada de su marido y el vecino, quien “se encontraba obsesionado” con ella, intentó en varias ocasiones convencerla de que iniciaran una relación. Hemos de suponer que ella no lo quiso así, porque, despechado, el sujeto se sintió autorizado a tomar su vida (después se quitó la propia con la pistola homicida). “La mujer había decidido retomar su matrimonio”, explican los medios, y eso “provocó la ira” del criminal.
Esta es, repito, la versión manejada en la prensa, basada en prejuicios y en las desafortunadas informaciones filtradas por la Fiscalía estatal, que se tomó la molestia de romper el cerco de discreción con que estos casos deberían ser manejados para dejar caer el dato de que las indagaciones oficiales se concentraban en la posibilidad de una “relación anterior” de la víctima y el asesino como explicación del crimen. ¿Qué consigue la fiscalía al difundir especulaciones? Reforzar la absurda noción de que todo se trata de un “crimen sentimental”. Como si los sentimientos contrariados (que prácticamente todos los niños, adultos y ancianos del planeta han experimentado alguna vez) autorizaran a matar.
Esta idea decimonónica del “crimen pasional” se utiliza para embozar lo que es, llanamente, un caso de violencia homicida. Un feminicidio, vaya.
Producto de la arraigada y maniaca concepción de que un hombre puede reclamar derechos de posesión sobre una mujer y hacerlos valer del modo que crea conveniente (aún si para ello echa mano de la violencia). La misma concepción que entiende como “coqueteo” y “piropos” el acoso callejero, laboral y cibernético, y que minimiza los cotidianos abusos físicos, psicológicos y verbales a las que son sometidas miles de mujeres en la ciudad.
Las conclusiones que podemos sacar del caso son inquietantes. Primero, queda claro que la prensa (en especial la policiaca) aún no comprende la magnitud de la violencia sistemática en contra de las mujeres y prefiere recurrir a discursos obsoletos, dignos de un criminólogo de tiempos del abuelo de Sherlock Holmes, para intentar explicarse la realidad. Segundo, que la Fiscalía estatal funge como pilar central para ese desatino. Necesita capacitar a sus agentes para que entiendan que viven en la sociedad del siglo XXI y que la idea del “crimen pasional” no explica nada.
Si nos negamos a ver las agresiones a las mujeres de frente y sin subterfugios, seremos incapaces de tomar medidas apropiadas para frenarlas.