“La libertad de prensa es origen y fundamento de todas las libertades; cuando se le suprime, inmediatamente surge el tirano…”.
Francois René, vizconde de Chateaubriand. Memorias de Ultratumba.
Polarizar es parte central en el deporte de ser autócrata (o de aspirar a serlo), y aunque a priori, un discurso político, por su naturaleza, consiste en ofrecer una visión de la realidad, en este caso, como no media la buena fe, sino el deseo de poder, deliberadamente no se buscará reflejar la realidad misma, aunque debemos dar por descontado que el inescrupuloso autor sí aspira a que su discurso sea tomado como la verdad simple y llana.
Pero es un discurso sobre una realidad trastocada, donde se acentúan algunas características reales y se minimizan o pasan por alto otras, se tamiza entre generalizaciones seductoras (que explotan la desconfianza del individuo en el Estado y el gobierno, pero también en otras organizaciones e instituciones que dependen críticamente de la confiabilidad que despiertan en los ciudadanos, como la prensa y los organismos sociales), se introducen mentiras y clichés moralistas (donde los ricos, los ilustrados, los críticos y los opositores siempre resultan sospechosos) y se extraen conclusiones arbitrarias y frecuentemente negativas, con el propósito de sumergir a los ciudadanos en una espiral emocional que lleve a veredictos pesimistas o de plano desesperanzadores sobre un sistema democrático, de manera que como electorado, vean como mal menor dar el poder a ese hombre providente que asegura tener la solución a tan dramático cuadro de desastres, corrupción e injusticias de la “mafia del poder”.
Polarizar es, pues, la construcción de una “narrativa”. Es verdad que no solamente los autócratas polarizan: hay sistemas democráticos donde la polarización refleja sencillamente posiciones encontradas sobre temas generalmente de principios (el aborto, el matrimonio de minorías sexuales, la igualdad de mujeres y hombres, la igualdad política) que no son negociables para quienes sustentan las posturas a favor y en contra; también se suele dar de forma casi “natural” una polarización en debates específicos sobre desarrollo institucional o económico, uso de los bienes públicos, determinación de la ampliación de derechos en temas sujetos a disponibilidad de recursos fiscales (los subsidios y el acceso a medicinas) o de existencia física de algunos bienes que cuyo acceso se quiere establecer como derecho (y por tanto, universal), como el agua (no es lo mismo en un país desértico que en Canadá o la Amazonia), los parques o los autos particulares. Pero son discusiones planteadas en el eje de la discusión democrática y que tienen salida institucional en la representación política de órganos como el congreso, donde los diputados sí están obligados a construir al menos mayorías para sacar adelante algunos consensos.
La polarización que induce en México el presidente Andrés Manuel López Obrador es otra cosa. Se trata de imponer una visión única del mundo y condenar todo lo que no la confirma. Y para eso necesita el poder, poder suficiente como para imponerla y reducir al silencio a quienes hoy se quejan de su obstinación. Los “normalizadores” -aquel núcleo de líderes de opinión que critican algunos aspectos de las políticas lopezobradoristas, pero consideran que el de AMLO es un episodio democrático no peor al de sus antecesores, y por tanto, que no pavimenta el camino a un autoritarismo, por más que lo anuncie en sus discursos y sus decisiones plagadas de unilateralismo – aseguran que la polarización está en la realidad de la miseria y la desigualdad (quizás son los mismos que confunden la igualdad necesaria de hombres y mujeres con un nuevo lenguaje “no sexista” que por alguna razón, no modifica la desigualdad real), como si estuviéramos en el kínder y no entendiéramos que toda realidad es diversa, tiene puntos extremos y es de suyo conflictiva, pero que esto demanda políticas integrales y complejas, transparencia y rendición de cuentas, monitoreo y creación de sinergias sociales, y no discursos simplones de buenos (Yo, el presidente; y mis correligionarios) y malos (todos los que se me oponen).
Hay que decir: los normalizadores siempre han existido para dar una lectura menos inquietante de los cambios a regímenes autoritarios. No se asusten, no perderán sus derechos, no hay una amenaza a bienes irreparables. En los casos más extremos: son discursos radicales, para “su base”, pero es un moderado. O bien: miente como los otros, es perverso como los otros, la oposición no es mejor (y el deliberado intento de agrupar a los críticos más variopintos del autoritarismo lopezobradorista en el cajón de la “oposición”)…ergo: da lo mismo, esta democracia es una impostura y no merece sobrevivir.
¿Este contexto sirve para explicar la guerra declarada contra los periodistas por el presidente?
Aquí van algunos apuntes reflexivos, fruto en muchos casos del debate honrado con honrados opinadores de redes sociales que no ven las cosas como yo:
- ¿Por qué el ataque a la prensa por el presidente es tan peligroso? La prensa nunca ha sido considerada un gran valor por la sociedad tradicional mexicana, que sigue siendo mayoría; no hemos logrado construir un país de ciudadanos. A la gran mayoría de los mexicanos sencillamente no les interesa la crítica al Estado y a los poderes sino en la medida en que es un espectáculo, y esto ya era verdad hace medio siglo, sin redes sociales. Como no se ha construido una mayoría crítica, la prensa ha sido vista con recelo y siempre se buscan segundas o terceras intenciones en las historias periodísticas. Antes de las redes ya se ignoraba a los periódicos y solo se consumían medios electrónicos con alto contenido emocional. El periodismo siempre ha sido tema de minorías, algo de clase media, grupos de poder y activistas, que sí supieron reconocer el valor nivelador de una denuncia periodística para enfrentar a los intereses de los poderosos. AMLO comprende bien esa ecología y utiliza a los medios y periodistas de piñata, pues el costo de hacerlo es bajo: puede vertebrar su polarización y hacerlos villanos, pues no pagará consecuencias en una sociedad que ya era indiferente al papel del periodismo. Para esto, sus sacrificios simbólicos (“autos de fe en efigie”) son figuras mediáticas, como Carlos Loret o Carmen Aristegui. Lo paradójico es que una parte de la sociedad pasa de la indiferencia al encono porque compra el argumento de que el periodista es el enemigo. Yo veo una relación directa y clara entre esos linchamientos simbólicos y la violencia contra periodistas; la sociedad no solo descree, sino que permite esa violencia porque considera prescindible el periodismo crítico (que solo crítica, que pone sal en la herida, que incomoda, que desune, que violenta la solidaridad).
- Esto no es un problema de borregos idiotas que se dejan manipular, aunque estos nunca faltan; es echar a andar un proceso de avasallar lo que ya está endeble (la precarización del periodismo es brutal en México) y cuya desaparición en los entornos autoritarios es como un concierto de simulación en que los medios se acercan a la narrativa oficial, porque no tiene costos reales al político que lo promueve y a la sociedad parece darle lo mismo. Bajo este contexto sí encuentro una correlación entre la campaña de AMLO y el descenso de la credibilidad periodística.
- En defensa del periodismo: si la realidad se transmite de manera inquietante es simplemente porque es inquietante. El deterioro del Estado de derecho es brutal y los periodistas deben narrarlo. La calidad de esa narrativa varía, como siempre, pero es altamente perverso condenar a una profesión completa por sus versiones más carentes. Lo que yo veo, más bien, es que el alimento puramente emocional viene de las redes de bots oficiales que buscan generar tendencia para consolidar las líneas de las conferencias Mañaneras; debería llamar la atención que las acusaciones del presidente no van medularmente contra el periodismo emocional o “amarillo”, sino contra el periodismo de hechos, de datos, de análisis, de amplificación de denuncias contra el discurso oficial, de visibilización de disidencias.
- En esencia, no creo que las grandes audiencias ligadas el presidente reclamen un periodismo profesional; lo que reclaman es que la prensa se adhiera al relato presidencial y a su épica. Y les importa un bledo que ese no sea el papel de la prensa; solamente les interesa el periodismo cuando son víctimas o son afectados directos. Mi experiencia de más de tres décadas me permite decirlo con alta dosis de certidumbre.
- Sin duda, creo que un ciudadano crítico debe cuestionar qué son los medios y cómo se financian; quiénes son sus dueños y qué intereses representan. Pero lo que un ciudadano crítico no pretendería es poner en primer lugar esos cuestionamientos y no la calidad de los datos y las pruebas ofrecidas en un reportaje. Es posible que ciertos medios tengan más estímulos para ofrecer reportajes críticos, pero esa condición previa no funciona para desacreditar la información ofrecida.
LA INFORMACIÓN SE DESACREDITA SI NO ESTÁ BIEN SUSTENTADA O SI ESTÁ MAL INTERPRETADA. NADA MÁS.
- El ecosistema de los medios es diverso e inciden en él los más diversos intereses. Si hay fuerzas de oposición que buscan financiar periodismo crítico respecto a una administración, eso es perfectamente legítimo. De ese modo funcionan las democracias: esas pulsiones interesadas y quizás mezquinas, ayudan a construir un contrapeso efectivo. Aquí tiene aplicación es extraordinario aforismo de Bernard de Mandeville: “los vicios privados se convierten en virtudes públicas”. Y de acuerdo en visibilizar esos intereses, y cuestionarlos, siempre que entendamos que no sirven para desacreditar la calidad de un reportaje; un reportaje solo se puede desacreditar si presenta datos falsos o no verificados. Pero además, un reportaje siempre es un panorama provisional de algo; en la medida en que salen nuevas evidencias se confirma, se consolida o se desacredita. Pero jamás, por ejemplo, porque Latinus tiene un grupo de empresarios enemigos de AMLO, podemos deducir que sus revelaciones son falsas. Solo pueden ser falsas si dicen mentiras o verdades a medias o plantean razonamientos defectuosos.
- En México hay muchos poderes fácticos y deben ser cuestionados. Siempre que no perdamos de vista que no existe nadie con más poder simbólico y real que el presidente de la república. Tampoco podemos olvidar que sus acciones generan efectos buenos o malos, pero sus omisiones más. Y como está obligado con nosotros, pues nos representa, siempre deberá ser más cuestionado. Esa es otra regla de oro de la vida democrática y de la prensa.
- La indiferencia de la población al periodismo hace irrelevantes a los periodistas. Y si ya eran socialmente irrelevantes, y de pronto se convierten en conspiradores en virtud de una narrativa oficialista, lo que era sospechoso se convierte en culpable. Si a la gente le preocupara el periodismo y los periodistas, sería políticamente costoso atacarlos y sería escandaloso matarlos. No hay tal cosa, esos asesinatos están normalizados, no provocan demasiados sobresaltos. Siempre la impunidad toma el camino sencillo: si no existen sanciones efectivas por suprimir a un grupo de personas problemáticas para los intereses en juego, entonces el costo de hacerlo es menor. Es incentivo por omisión. La altísima tasa de homicidios y de desaparecidos es prueba de que si no hay acción punitiva del estado, o reacción enfática de la sociedad, el costo de esos delitos es considerablemente menor.
- Pareciera contradictorio ver el ataque de AMLO a los periodistas influyentes y millonarios (ad hominen, para no responder a lo que debería responder como persona pública) y contemplar el saldo de atentados contra periodistas sin recursos y fama. Pero la clave de la propaganda es que son periodistas. El mensaje de AMLO es desafortunadísimo porque ataca al periodismo crítico aunque a veces personalice. No hay manera de confundirse: el señor ha dicho que en tiempos de grandes transformaciones, los verdaderos periodistas toman partido. También ha señalado a los periodistas agredidos que si se portan mal “ya saben lo que les pasa”. De manera que insisto en señalar al menos una correlación directa (los discursos no suelen ser causa directa, pero crean el clima, el ambiente propicio para que los periodistas concretos sufran a manos de personas concretas -que por cierto tampoco son Bejarano, Sheinbaum o Noroña, sino personas comunes-; no hace falta, el relato aceptado justifica a los agresores). Me parece que la responsabilidad de AMLO es directa en la tragedia del gremio, y se debe señalar con toda claridad. Las ideas pueden matar cuando el ambiente es propicio, es simple.
- Los críticos de la democracia liberal se han empecinado en minar la credibilidad de la prensa y en ese sentido, lo que AMLO dice todo el tiempo es normal; lo hacían antes Chávez, Maduro, Lula, Evo, Correa y Ortega, por citar a los más famosos. Como cualquier institución, la prensa no es perfecta, pero basta con que subrayes sus carencias y sus sesgos para construir un discurso de total desacreditación. Podríamos proceder igual con otras empresas y con otras profesiones, pero el interés está aquí justo porque el trabajo de los medios y de los periodistas es aportar crítica, fundamentalmente, al poder, y sobre todo, al poder político. ¿Por qué más al poder político? Porque nos representa a todos y nos debe cuentas, creo que es elemental. Ni de lejos creo que la desacreditación nazca de las audiencias, y no es porque sean idiotas; es porque están expuestas a la narrativa política, y toda narrativa política tiene una coherencia interna, pues está construida para seducir . Es muy parecido a la propaganda de los evangelizadores, te dice el mensaje de lo bueno y luego te dicen que las demás religiones están equivocadas e incluso son diabólicas. No te presentan datos y ecuaciones que comprueben su superioridad, no es la naturaleza del fenómeno propagandístico. Como periodista creo que en todos los medios de comunicación dominantes, así como en los alternativos, hay profesionales que hacen muy bien su chamba, y eso no lo pueden controlar los “comunicadores dominantes”. Creo también que el análisis a profundidad de los problemas no elimina el papel básico de los periodistas como críticos del poder, e insisto, sobre todo del poder gubernamental, y entre estos, el presidencial. Eso es básico en esta profesión por las causas ya aludidas. El que convierte esto en un tema de discursos es el presidente y su presunto derecho de réplica lleno de excesos y de medias verdades y mentiras. Obviamente va a encontrar quiénes le respondan del otro lado, el tira la piedra para eso. Y quienes le contestan son comunicadores que tienen la titularidad en medios, pero no siempre son los periodistas mismos. Ese exceso de ruido es polarizante, pero sería más simple al presidente -si realmente fuera demócrata – no exponerse y limitarse a responder con precisión, lenguaje sobrio y documentos lo que los reportajes dicen y considera equivocado. Pero al presidente le interesa el ruido, eso es el libreto de cualquier populista. Y la fábula, con algunos elementos de verdad, de que del otro lado están los que conspiran contra él, le resulta particularmente valiosa. Nuevamente, el periodista aporta el elemento disruptor que tiene a su cargo desmontar ese fraude, y entonces, se le ve peligroso.
- Hay muchas opiniones respecto al acoso presidencial al periodismo, pero creo que la mayoría de los periodistas, los respetables y los no respetables según como lo entienda cada persona, estamos de acuerdo en que la descalificación cotidiana de la presidencia afecta más al oficio que a Loret. Me parece que ese es el objetivo del presidente, tomar “vidas ejemplares” para mandar a los 4,500 periodistas del país el mensaje de que no pueden ejercer el periodismo crítico contra un proceso revolucionario “pacífico”. Es verdad que el proceso de degradación de la profesión y la quiebra de su modelo de negocios ya estaba en marcha y es complejo; lo aprovechó López Obrador y lo utiliza a su favor: agarra al perro flaco por muchos sexenios y le carga las pulgas.
- No hay una sola manera de hacer crítica. Eso demuestra que la polarización es artificial y tiene objetivos políticos. No hay dos relatos, hay muchos, pero hay una sola presidencia, muy poderosa, que es objeto central de la crítica de los periodistas honrados y eso será mientras sigamos siendo una democracia representativa con valores liberales. Esa que no le gusta al presidente AMLO y a sus amigos de viaje latinoamericanos, todos ellos caudillos a la cabeza de regímenes que van de “democracias híbridas” a abiertas dictaduras.