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2022-04-07
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La putinización de la 4t y la fascinación de AMLO

LA GRAN APORTACIÓN DE PUTIN Y LA RAZÓN DE LA FASCINACIÓN QUE EJERCE SOBRE LÓPEZ OBRADOR Y LOS POLÍTICOS, ALGUNA VEZ IZQUIERDISTAS...

La democracia sustituye el nombramiento hecho por

una  minoría corrompida, por la elección

hecha merced a una mayoría incompetente”.

George Bernard Shaw, Máximas para la revolución

 


Alfredo Jalife Rahme, uno de los ideólogos “no oficiales” más polémicos del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, y tal vez el que más aborda los temas internacionales, clarificó hace un tiempo que las diferencias geopolíticas que se dan en el mundo no obedecen hoy a la “izquierda” y la “derecha”, sino al “nacionalismo” frente al “globalismo”.

“En el ámbito político puro, que no puede pervivir sin geoestrategia ni geoeconomía, la extinción de la aciaga globalización encamina al planeta hacia nacionalismos/subnacionalismos, cuando la dicotomía de izquierda/derecha ha quedado superada por la nueva bifurcación de nacionalistas, en ascenso, y globalistas, en desuso, en espera de la nueva escisión de la Inteligencia Artificial entre EU y China”, señalaba en su columna del periódico La Jornada, en mayo de 2020 (https://www.jornada.com.mx/2020/05/13/opinion/016o1pol).

Esas consideraciones son bastantes pertinentes y me llevan a entender, ya no de la mano de Jalife Rahme (quien es partidario de ese nuevo nacionalismo autoritario básicamente porque ve con simpatía la postura antiestadounidense y cultiva una idea de globalización negativa,  amén de sus polémicas posturas «antisionistas» por las que ha sido denunciado como  antisemita), varias cosas de AMLO: que la suya no es ideológicamente una izquierda liberal, aunque se pretenda vender discursivamente como tal. No es un gobierno que empuje la ampliación de derechos, un postulado propio de la vieja izquierda que solamente en las fronteras de la autodenominada “cuarta transformación” se sostiene y se cree, ni uno que fomente un internacionalismo igualitario o que crea en la sociedad civil, a la que, por el contrario, califica de avanzada del “imperialismo” estadounidense o de los intereses “golpistas” o globalistas, en una formidable conspiración de la que sería imposible pensar en nuestra salvación… sino fuera porque AMLO está en el poder, inventó tal conspiración, pero -es la buena noticia – nos va a redimir ante ella.

La suya es una izquierda fraternal y demócrata de discurso, pero en los hechos, a la defensiva, obsesionada con la creación de  enemigos, volcada en la complacencia de eso que llama “pueblo”, cuya definición toma como base la bastante típica de los movimientos fascistas y neofascistas, es decir, una identidad colectiva, orgánica, identitaria e inocente, que debe ser defendida de las élites corruptas, en este caso, “neoliberales”. No es casual tampoco que AMLO hable, venga al caso o no, de valores religiosos sin reparar en que la Constitución que juró respetar y hacer respetar, es la de un Estado laico. Elogiar la fe popular es uno de los resortes de su éxito entre amplias mayorías, pero subraya el carácter caudillesco de su “gesta”, en lo cual hay una liga a toda la tradición autocrática de América Latina, pero sobre todo, a la más conservadora.

Estas consideraciones valen mucho la pena para comprender la ambigüedad con la que el régimen lopezobradorista se comporta frente a la crisis de Ucrania, invadida por el coloso militar ruso. La hipocresía de enarbolar la “doctrina Estrada” para no condenar crímenes de guerra no es ingenuidad. Es deliberada. Hay una fascinación, no solamente de este régimen opuesto a la modernidad, sino en la mayoría de lo que alguna vez fue la izquierda latinoamericana (revolucionaria, antiestadounidense, estatista), hacia el hombre fuerte que encarna Vladimir Putin, a quien ven como encarnación de un político que le ha plantado cara al coloso de América del Norte y abre una “nueva vía de dignidad para los pueblos”, aunque el costo de eso sea acumular cadáveres, equivalentes a los “daños colaterales” de las misiones estadounidenses en Medio Oriente.

El historiador Timothy Snyder.

Es que la política de nuestro tiempo propende a la teología. Lo que los “cuatrotransformadores” han llamado el PRIAN (los regímenes de la transición entre la caída del viejo PRI hegemónico, en 2000, y el ascenso del último priista de la vieja escuela, López Obrador), sostenía una cínica teología del progreso inevitable y propensa a la normalización de la desigualdad, eso que el historiador Timothy Snyder ha llamado “”política de la inevitabilidad”; en contraste, AMLO encarna una teología adversa al progreso que el mismo historiador, para hablar de Putin, denomina “política de la eternidad”, que implica la gradual erosión de las libertades individuales, opuestas a la «grandeza orgánica» de la nación, y que, paradójicamente, camina a consagrar la desigualdad por la vía de la destrucción de las clases medias, las grandes enemigas de esta política de abierto retroceso medio siglo atrás, con la igualación en la base de un estilo de vida austero, mientras que en la parte alta, se fortalece una oligarquía, sea la ya recibida del PRIAN, sea una que haya que inventar entre sus propios privilegiados (como sucedió en los regímenes revolucionarios del siglo XX).

Vale la pena repasar con Snyder el tema, in extenso. Pues el modo en que Putin accedió al poder y se fortaleció, parece el libreto de lo que busca López Obrador para México: un camino hacia la no libertad. El libro El camino hacia la no libertad parte de reflexiones compartidas con otro gran historiador: Tony Judt (Postguerra; Cuando los hechos cambian), ya fallecido.

«El año 2010 fue un periodo de reflexión. Dos años antes, una crisis financiera había eliminado gran parte de la riqueza mundial, y la titubeante recuperación estaba favoreciendo a los ricos. Un afroamericano era presidente de Estados Unidos. La gran aventura de Europa en la década anterior, la ampliación de la Unión Europea hacia el este, parecía completa. Diez años después de comenzar el nuevo siglo, veinte años después del fin del comunismo en Europa, setenta años después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, 2010 parecía un año apropiado para recapacitar […] nos preocupaba, en 2009, el hecho de que Estados Unidos diera por sentado que el capitalismo era inalterable y la democracia, inevitable. Tony Judt había escrito sobre los intelectuales irresponsables que ayudaron al totalitarismo en el siglo XX. Ahora le inquietaba una nueva irresponsabilidad propia del siglo XXI: un rechazo total de las ideas que aplastara las conversaciones, inutilizara las políticas y normalizara las desigualdades”.

Pero, en 2013, “Rusia se volvió en contra de la Unión Europea y la acusó de ser decadente y hostil. Existía el peligro de que su éxito animara a los rusos a pensar que los antiguos imperios podían convertirse en prósperas democracias, por lo que era una amenaza para Rusia. En 2014, en vista de que uno de sus vecinos, Ucrania, estaba aproximándose a la Unión Europea, Rusia invadió el país y se anexionó parte de su territorio. En 2015, Rusia había extendido una extraordinaria campaña de guerra cibernética más allá de Ucrania que llegaba a Europa y Estados Unidos, con ayuda de muchos europeos y estadounidenses. En 2016, Gran Bretaña decidió en referéndum abandonar la Unión Europea, tal como Moscú llevaba tiempo deseando, y los estadounidenses eligieron a Donald Trump como presidente, un resultado que los rusos contribuyeron a obtener. Este nuevo presidente, entre otros defectos, era incapaz de reflexionar sobre la historia: no conmemoró el Holocausto cuando tuvo ocasión de hacerlo ni condenó a los nazis en su propio país. El siglo XX estaba muerto y enterrado, sin que hubiéramos aprendido sus lecciones. Estaba naciendo una nueva forma de política en Rusia, Europa y Estados Unidos, una nueva no libertad apropiada para una nueva era”.

Los estadounidenses y los europeos “se adentraban en el nuevo siglo guiados por el relato del «fin de la historia», por lo que yo denomino la política de la inevitabilidad, una sensación de que el futuro es más de lo mismo, las leyes del progreso son conocidas, no hay alternativas y, por tanto, no se puede hacer nada. En la versión capitalista y estadounidense, la naturaleza engendró el mercado, que engendró la democracia, que engendró la felicidad. En la versión europea, la historia engendró la nación, que, a base de guerras, aprendió que la paz era algo positivo y, por consiguiente, escogió la integración y la prosperidad”.

Antes de la caída de la Unión Soviética en 1991, “el comunismo también tenía su propia política de la inevitabilidad: la naturaleza hace posible la tecnología; la tecnología engendra el cambio social; el cambio social provoca la revolución; la revolución hace realidad la utopía. Cuando se vio que esto no era verdad, los políticos europeos y estadounidenses de la inevitabilidad se sintieron triunfadores. Los europeos se dedicaron a completar la creación de la Unión Europea en 1992. Los estadounidenses alegaron que el fracaso del relato comunista confirmaba la veracidad del capitalista. Norteamericanos y europeos siguieron creyéndose sus relatos de inevitabilidad durante un cuarto de siglo después del fin del comunismo y, como consecuencia, educaron a una generación, la de los millennials, sin historia”.

La política de la inevitabilidad de Estados Unidos, “como todos los relatos de ese tipo, no encajaba con los hechos. Lo que ocurrió en Rusia, Ucrania y Bielorrusia a partir de 1991 demostró que la caída de un sistema no creaba una tabula rasa en la que la naturaleza engendrará los mercados y los mercados engendrarán los derechos. Quizá Irak en 2003 habría podido corroborar esta enseñanza si los estadounidenses que iniciaron aquella guerra ilegal hubieran reflexionado sobre sus desastrosas consecuencias. La crisis financiera de 2008 y la desregulación de las contribuciones a las campañas electorales en Estados Unidos en 2010 aumentaron la influencia de los ricos y disminuyeron la de los votantes. A medida que crecían las desigualdades económicas, los horizontes temporales se redujeron y, con ellos, el número de estadounidenses convencidos de que el futuro aguardaba una versión mejorada del presente. Sin un Estado funcional que garantizase los bienes sociales básicos que se daban por descontados en otros países –educación, pensiones, sanidad, transporte, permisos de paternidad, vacaciones–, los norteamericanos podían sentirse abrumados por el día a día y perder la perspectiva de futuro”.

Así, el derrumbe de la política de la inevitabilidad “deja paso a otra forma de experimentar el tiempo: la política de la eternidad. Mientras que la inevitabilidad promete un futuro mejor para todos, la eternidad sitúa un país en el centro de un relato de victimismo cíclico. Ya no existe una línea que se extiende hacia el futuro, sino un círculo que hace que vuelvan las amenazas del pasado una y otra vez. Con la inevitabilidad, nadie es responsable, porque todos sabemos que los detalles se resolverán de la mejor manera posible; con la eternidad, nadie es responsable porque todos sabemos que el enemigo vendrá hagamos lo que hagamos. Los políticos de la eternidad difunden su convicción de que el Estado no puede ayudar a toda la sociedad, sino solo proteger contra las amenazas. El progreso se rinde ante la fatalidad”.

Esa es la gran aportación de Putin y la razón de la fascinación que ejerce sobre López Obrador y los políticos, alguna vez izquierdistas, del Foro de Sao Paulo: “Cuando están en el poder, los políticos de la eternidad fabrican crisis y manipulan las emociones provocadas por ellas. Con el fin de distraer la atención de su falta de capacidad o de voluntad para hacer reformas, los políticos de la eternidad ordenan a sus ciudadanos que sientan entusiasmo e indignación de forma intermitente, con lo que ahogan el futuro en el presente. En política exterior, los políticos de la eternidad desprecian y anulan los logros de países que podrían servir de modelos para sus ciudadanos. Utilizan la tecnología para transmitir ficciones políticas, tanto en su país como en el extranjero, niegan la verdad y pretenden reducir la vida al espectáculo y el sentimiento”.

¿A POCO NO NOS RECONOCEMOS EN ESTO?

“[…] La inevitabilidad y la eternidad traducen los hechos en relatos. Los que creen en la inevitabilidad piensan que cada hecho es un breve incidente que no altera el relato global de progreso; los que prefieren la eternidad, consideran que cada nuevo suceso es un ejemplo más de una amenaza intemporal. Las dos posturas se disfrazan de historia; las dos prescinden de la historia. Los políticos de la inevitabilidad enseñan que los detalles del pasado son irrelevantes, porque todo lo que sucede no es más que materia prima para el molino del progreso. Los políticos de la eternidad saltan de un instante a otro, a décadas o siglos de distancia, para construir un mito de inocencia y peligro. Imaginan ciclos de amenazas en el pasado y construyen una pauta imaginaria que plasman en el presente con la fabricación de crisis artificiales y dramas cotidianos”.

Y el eje, como ya podríamos haber adivinado, para imponer estos relatos, es la propaganda. Como con el fascismo clásico del siglo XX, y el comunismo real. “La inevitabilidad y la eternidad tienen estilos de propaganda muy concretos. Los políticos de la inevitabilidad manipulan los hechos para construir una red de bienestar. Los políticos de la eternidad eliminan hechos para olvidar la realidad de que la gente es más libre y más rica en otros países y la idea de que el conocimiento permitiría elaborar reformas. En 2010 y los años posteriores, lo que sucedió fue, en gran parte, la creación de una ficción política, unos relatos desmesurados que acaparaban la atención y colonizaban el espacio necesario para la meditación. Sin embargo, la impresión que deja la propaganda en un momento, sea la que sea, no es el veredicto final de la historia. Hay una diferencia entre la memoria, las impresiones que recibimos, y la historia, las conexiones que nos esforzamos en hacer, si lo deseamos”.

De este modo, “la invasión rusa de Ucrania en 2014 fue una prueba de realidad para la Unión Europea y Estados Unidos. A muchos europeos y norteamericanos les resultaba más fácil seguir los fantasmas propagandísticos rusos que defender un orden legal. Perdieron el tiempo preguntándose si había habido una invasión, si Ucrania era un país y si, por algún motivo, merecía la invasión. Todo ello dejó al descubierto una enorme vulnerabilidad de la Unión Europea y Estados Unidos que Rusia se apresuró a explotar”. Error, hay que decir, que no han cometido ocho años después, lo que tiene al aspirante a zar en una situación complicada por el peso abrumador de las sanciones occidentales.

Foto del ataque de Rusia a Ucrania.

“La historia, como disciplina, nació como oposición a la propaganda de guerra. En el primer libro de historia, Las guerras del Peloponeso, Tucídides tuvo cuidado de distinguir entre las explicaciones que daban los líderes de sus propios actos y los verdaderos motivos de sus decisiones. En nuestra época, a medida que el aumento de las desigualdades refuerza el papel de la ficción política, el periodismo de investigación cobra cada vez más importancia. Su renacimiento comenzó durante la invasión de Ucrania, con los valientes reporteros que enviaban sus crónicas desde lugares muy peligrosos. En Rusia y Ucrania existía una gran labor periodística relacionada con los problemas de la cleptocracia y la corrupción, y los periodistas formados en esa batalla fueron los que después informaron sobre la guerra”.

Es decir, aunque la política de inevitabilidad normalizaba las desigualdades, la de la eternidad las consagra, y persigue toda disidencia. No es casual la cauda de asesinatos de periodistas y activistas en la Rusia de Putin. “Lo que ha sucedido ya en Rusia es lo que podría ocurrir en Estados Unidos y Europa: la estabilización de las grandes desigualdades, la sustitución de la política por la propaganda, el paso de la política de la inevitabilidad a la política de la eternidad. Los dirigentes rusos podrían invitar a los europeos y los estadounidenses a la eternidad porque Rusia llegó primero. Captaron las debilidades de unos y otros, que ya habían visto y explotado en su propio país. Para muchos en Europa y Estados Unidos, lo ocurrido en la década de 2010 –el ascenso de la política antidemocrática, el giro de Rusia en contra de Europa y su invasión de Ucrania, el referéndum del Brexit y la elección de Trump– fue una sorpresa. Los estadounidenses suelen reaccionar ante las sorpresas de dos formas: o se imaginan que el hecho inesperado no es real, o aseguran que es algo totalmente nuevo y, por tanto, no se puede interpretar desde el punto de vista histórico. O todo saldrá bien, no se sabe cómo, o todo está tan mal que no es posible hacer nada. La primera respuesta es un mecanismo de defensa de la política de la inevitabilidad. La segunda es el crujido que hace la inevitabilidad justo antes de romperse y dejar paso a la eternidad. La política de la inevitabilidad empieza por erosionar la responsabilidad cívica y luego se hunde en la política de la eternidad cuando topa con un obstáculo serio. Los estadounidenses reaccionaron así cuando el candidato de Rusia se convirtió en presidente de Estados Unidos”.

Y DE ESTE MODO, “OCCIDENTE EMPEZÓ A RECIBIR CONCEPTOS Y PRÁCTICAS DEL ESTE. UN EJEMPLO ES LA PALABRA «FALSAS», COMO EN «NOTICIAS FALSAS».

Parece un invento norteamericano, fake news, y Donald Trump lo reivindica como propio, pero el término se utilizaba en Rusia y Ucrania mucho antes de que hiciera fortuna en Estados Unidos. Consistía en crear un texto de ficción y fingir que era un trabajo periodístico, para esparcir la confusión sobre un hecho concreto y para desacreditar el periodismo en sí. Los políticos de la eternidad empiezan difundiendo noticias falsas ellos mismos, luego afirman que todas las noticias son falsas y finalmente dicen que lo único auténtico son sus espectáculos. La campaña rusa para llenar de mentiras la esfera pública internacional comenzó en Ucrania en 2014 y en 2015 se trasladó a Estados Unidos, donde ayudó a elegir a un presidente en 2016. Las técnicas siempre son las mismas, aunque, con el tiempo, se han vuelto más sofisticadas”. Imposible no leer en esta clave la constante ofensiva del gobierno de López Obrador contra la prensa crítica, y el modo en que la violencia contra el periodismo se ha recrudecido en los tres años de su mandato.

“En los años posteriores a 2010, Rusia era un régimen cleptocrático, decidido a exportar la política de la eternidad: destruir la realidad, conservar las desigualdades y acelerar tendencias similares en Europa y Estados Unidos. El fenómeno es visible desde Ucrania, donde Rusia libró una guerra regular mientras intensificaba las campañas para anular a la Unión Europea y Estados Unidos. El asesor del primer candidato prorruso a la presidencia de Estados Unidos había sido asesor del último presidente prorruso de Ucrania. Las tácticas rusas que habían fracasado en Ucrania triunfaron en Estados Unidos. Los oligarcas rusos y ucranianos ocultaron un dinero que contribuyó a sostener la candidatura de un candidato presidencial estadounidense. Todo forma parte de la misma historia, la historia de nuestra época y nuestras decisiones”, agrega Snyder.

¿Es arbitrario haber elegido a occidente como el enemigo? Al contrario, fue lo sensato, dado que occidente no representaba peligro, a diferencia de China, que es un verdadero interesado en que Rusia sea área de su influencia. ¿Por qué López Obrador eligió entenderse con el agresivo y violento Trump, y ha desafiado a Biden, un presidente regido por la legalidad y el derecho? La explicación tampoco es tan difícil de hallar. Los problemas deben ser ficticios para nunca resolverse… y no deben entrañar peligro para su denunciador. ¿Error de cálculo de AMLO ahora que toca los intereses de su poderoso socio con su contrarreforma eléctrica?

La obra de Snyder es un buen manual del programa de la 4T en México. Cuando uno ve que el presidente, furioso porque la corte le pone límites a su “deseo transformador”, emite muy sinceras con un “no me vengan con ese cuento de que la ley es ley”, y exige a los ministros que defiendan su contrarreforma eléctrica pues la anterior se estableció con sobornos (los cuales forman parte de su narrativa, pero como suele pasar con el presidente profeta, no fueron probados ni derivaron en juicios penales y detenidos), exhibe su total desprecio, pero también su completa incomprensión de  cosas como Estado de derecho, formalidad y legalidad, que son el eje de cualquier régimen de derechos.

Imposible omitir la victimización hipócrita cuando justifica su ataque a las ONG y a las clases medias con la recepción de dinero internacional, en particular el que proviene del Departamento de Estado de los Estados Unidos, el USAID, y los califica de violación a la soberanía y de intereses casi golpistas… cuando es su gobierno el principal receptor monetario de apoyos del USAID. ¿Y cómo leer su división de la sociedad entre fifís y pueblo bueno, su exhorto a la vida franciscana, su desprecio para los “aspiracionistas”? No andemos por las ramas: el proyecto de la 4t, si triunfa, caminará a destruir las clases medias, las más incómodas y mejor preparadas para la crítica del poder. Por eso estorban tanto como la prensa crítica.

La violación de la ley es otro paso más en la putinización de la 4 t. Dice Snyder que tras los fraudes electorales de 2012, el presidente Putin se ufanó públicamente y acusó a la oposición de servir a los intereses de occidente, despreciando sus denuncias. “Dejó claro de dónde emana el poder: quien engaña, gana”. Esto concuerda bastante con la estrategia de violar sus propias normas por parte del presidente y de Morena, para trata de que la “revocación de mandato” le sea un éxito: “No solo hay una reiterada voluntad de violar la Constitución y las leyes; hay, además, una actitud de franca insolencia, de mucha desfachatez, al respecto. No es ignorancia de la normas, es un jactancioso desacato de su obligación de someterse a ellas”, señalaba ayer el analista Carlos Bravo Regidor.

Concluyamos con las reflexiones de Snyder:

“Cuando la política de la inevitabilidad da a entender que los fundamentos políticos, en realidad, no pueden cambiar, está extendiendo la incertidumbre sobre la verdadera naturaleza de esos fundamentos. Si pensamos que el futuro es una prolongación automática del buen orden político, no necesitamos preguntar qué es ese orden, por qué es bueno, cómo se sostiene ni cómo puede mejorarse. La historia es y debe ser pensamiento político, en el sentido de que abre una brecha entre la inevitabilidad y la eternidad, impide que oscilemos entre una y otra y nos ayuda a ver el instante en el que podemos cambiar la situación”.

Así, “mientras salimos de la inevitabilidad y nos enfrentamos a la eternidad, la historia de la desintegración puede servir de manual de reparaciones. La erosión deja al descubierto lo que resiste, lo que puede reforzarse, lo que puede reconstruirse y lo que hay que volver a diseñar desde el principio.

[…] la honradez y la justicia figuran como virtudes políticas, unas cualidades que no son meros tópicos ni simples preferencias, sino hechos históricos, tanto como las fuerzas materiales. Las virtudes son inseparables de las instituciones que inspiran y alimentan. Una institución puede cultivar ciertas ideas del bien y además se basa en ellas. Para que las instituciones prosperen, necesitan virtudes; para que se cultiven esas virtudes, se necesitan instituciones. La pregunta ética de qué es el bien y qué es el mal en la vida pública no puede separarse nunca de la investigación histórica de la estructura. Son la política de la inevitabilidad y la política de la eternidad las que hacen que las virtudes parezcan irrelevantes o incluso ridículas: la inevitabilidad, porque promete que el bien es lo que ya existe y, previsiblemente, va a expandirse, y la eternidad, porque asegura que el mal siempre es externo y nosotros somos sus víctimas inocentes y perpetuas”.

De este modo, concluye, “Si queremos tener una descripción mejor del bien y el mal, debemos resucitar la historia”.

Agustín del Castillo es periodista con tres décadas de andanzas, especialmente en temas ambientales, de desarrollo urbano y rural, que defiende como asuntos eminentemente políticos. Sus dos fes están en dos nociones precarias: la democracia liberal y las chivas del Guadalajara