No era difícil adivinar que Morena sería víctima de Morena. Un partido que transitó por las traiciones, las imposiciones y los pleitos internos, no podía esperar buenos resultados. Eso, sin contar que salvo contadas excepciones, su papel como oposición en los ayuntamientos y el Congreso del Estado ha sido invisible.
Después de los resultados electorales de 2018 y los problemas con las empresas del que fuera candidato a gobernador y posteriormente superdelegado del gobierno federal, Carlos Lomelí, el partido Movimiento de Regeneración Nacional entró en una pausa. No se reagrupó, no trabajó ni creó estructura.
La definición de candidaturas despertó a los morenistas de su letargo, pero solo para enfrascarse en una encarnizada disputa por los cargos de decisión en el partido, en primer lugar, y posteriormente en el pleito por las candidaturas.
La dirigencia nacional de Morena nunca se tomó en serio a Jalisco. Por ello, nunca hubo respaldo a la dirigencia estatal que encabezó Hugo Rodríguez, pero tampoco definió quién tenía el mando en el estado. Por eso, dependió del músculo que mostraron en cada momento Yeidckol Polevnsky o el senador José Narro. Esta indefinición provocó que los morenistas en Jalisco, ya de por sí dispersos, no mostraran respeto a ninguno. Aún así, cada uno encontró una manera de imponerse.
Así fue que se tomaron las decisiones de las candidaturas. Algunas porque quienes fueron candidatos se acercaron primero a esos dos personajes que tenían el control y otras porque ofrecieron poder dejando a sus anteriores partidos políticos. Es decir, en muy pocos casos se revisaron los perfiles.
Por eso el resultado de este domingo 6 de junio no es una sorpresa. Jalisco no le interesó a Morena y pagó las consecuencias. O bien, cobra fuerza ese rumor que parecía absurdo de un acuerdo con el presidente Andrés Manuel López Obrador para que no metiera las manos en el estado.