La guerra comercial entre Estados Unidos y China crece, a pesar de las promesas del inquilino de la Casa Blanca Donald Trump y del mandatario chino Xi Jinping de que eventualmente sus países llegarán a un acuerdo. Y mientras Estados Unidos y China juegan a la batalla de tarifas, en buena parte del mundo se padece ese embate. Los organismos internacionales y los especialistas advierten que la guerra comercial ya ralentiza el crecimiento global y que, en los próximos años, podría neutralizar cualquier avance.
La rivalidad entre los dos gigantes de los mundos occidental y oriental, sin embargo, es mucho más que económica o comercial, es una lucha abierta por el dominio global, tan grande e inédita que en el Departamento de Estado de nuestro vecino país del norte creen que es incluso mayor que la Guerra Fría porque, en este caso, enfrenta ya no a dos gobiernos sino a dos civilizaciones.
Sobre la interrogante de quién gana en esta lucha, la respuesta no es simple y, según las hipótesis de conflictos de ambos gobiernos, no excluye tampoco la eventualidad de un enfrentamiento mayor, de una guerra abierta que pondría en jaque al mundo.
Ni Xi ni Trump ocultan sus ambiciones globales; además, ambos (nacionalistas y populistas casi por igual) ven esa lucha por influencia mundial como una vía para reafirmar su poder interno. Ambos países no podrían ser más diferentes en lo que le ofrecen al mundo y cómo buscan conquistarlo. A lo largo del siglo XX, Estados Unidos emergió como el gran guardián de la democracia liberal, un modelo que se impuso en Occidente pero hoy empieza a flaquear.
Con Xi, en este siglo, China se levanta como el modelo del Estado autoritario y vigilante de economía semiabierta, un paradigma que Pekín no duda en alentar en otras naciones con métodos menos ostentosos que los usados por Estados Unidos.
La propagación de esos modelos está directamente vinculada al poder económico de ambos.
China tiene varios desafíos inquietantes, tanto políticos como económicos. Si bien con su histórico empuje la economía del país podría superar a la norteamericana en una década, hoy la guerra comercial le produce más daño que el que sufre la de Estados Unidos. Eso se suma a la ausencia de reformas estructurales y a una deuda gigantesca que involucra a los chinos y sus empresas. China necesita seguir creciendo con el vértigo de las últimas décadas para afianzar su clase media y convertir el modelo de un mercado intensivo en trabajo a uno intensivo en tecnología.
Perseguida de cerca por su enemiga, la economía norteamericana experimenta su mayor período de expansión en la historia reciente.
Y Trump busca aprovechar el momento de bonanza para desacoplar la economía norteamericana de la china y explotar así la ventaja y hacerla duradera. No es solo un tema económico, es un asunto de seguridad nacional por la presencia de los gigantes tecnológicos en el mercado norteamericano.
El poder militar es uno de los grandes ejes de la guerra por el predominio global porque en él reside la habilidad de disuasión o la capacidad de fuego ante posibles ataques. Ni Pekín ni Washington ocultan sus ambiciones militares por lo que los expertos hablan ya de una nueva carrera armamentística.
Hoy su mayor hipótesis de conflicto ya no es el terrorismo, como en la primera década del siglo, sino la confrontación con otra gran potencia. Al igual que sucedió en la Guerra Fría, Estados Unidos se enfrenta por la influencia global esta vez con China, y en menor medida con Rusia, especialmente en Europa.
El poder militar de Washington no tiene comparación, pero el gobierno norteamericano sabe que Pekín lo sigue de cerca. La salida de EE.UU. del tratado de armas nucleares es un desafío a Rusia pero, sobre todo, a China. Hoy el arsenal nuclear norteamericano es ampliamente mayor al chino (6000 cabezas nucleares contra unas 300) pero el impresionante salto en la cantidad y calidad del arsenal y en el despliegue militar de Pekín alarma cada vez más a Washington y lo lleva a pensar escenarios de enfrentamiento bélico en Asia, donde una serie de conflictos empiezan a arreciar.
Aunque sus métodos (sobre todo el espionaje) sean cuestionados por muchos gobiernos, China cierra la brecha tecnológica cada vez más, en un intento de reconvertir su economía de intensiva en trabajo a intensiva en tecnología para poder competir a todo nivel y mano a mano con los Estados Unidos. Esa ofensiva va desde la carrera espacial hasta el ciberespionaje y es particularmente agresiva en Inteligencia artificial; en ese sector no solo involucra al gobierno sino también a las universidades y empresas chinas.
Sin embargo, la batalla entre estos dos gigantes, así como ha causado y seguirá causando daños, también ha significado una ventana de oportunidad de cual poco se ha comentado en nuestro país, y es que México se colocó como el primer socio comercial de Estados Unidos en el primer semestre de 2019, beneficiado por la guerra comercial entre Estados Unidos y China.
Durante la primera mitad del año, el comercio de mercancías (importaciones más exportaciones) entre México y el vecino del norte sumó 308,886 millones de dólares, superando a Canadá (306,697 millones) y China (271,044 millones), según datos de expertos en el tema.
México se ha beneficiado de la guerra comercial entre las dos mayores potencias económicas del mundo, al tiempo que mantiene una tendencia positiva en sus ventas al mercado estadounidense, mientras que la de Canadá a ese mismo destino resultó negativa en el primer semestre del año en curso.
En cuanto a las importaciones estadounidenses de productos durante esta primera mitad del año, las de México escalaron 6.3% a tasa interanual, para ascender a 179,612 millones de dólares.
En contraste, las originarias de China fueron por 219,044 millones de dólares, una caída de 12.4%, y las provenientes de Canadá retrocedieron 1.1%, a 158,143 millones de dólares.
En sentido contrario, las exportaciones estadounidenses presentaron caídas interanuales con sus tres principales socios comerciales: las dirigidas a Canadá bajaron 2.8% (148,554 millones de dólares), las enviadas a México descendieron 1.7% (129,274 millones) y las embarcadas a China se desplomaron 18.9% (64,107 millones).
De seguir así las cosas, es buena la racha de oportunidad que se presenta para que la economía mexicana despunte tras las cifras que indican que el crecimiento al final del año será minúsculo.
Por otro lado, resulta bueno aprovechar que mientras los Estados Unidos imponen aranceles a cientos de productos chinos, lo hecho en nuestro país pueda ser atractivo para el consumidor norteamericano, a la vez que estratégicamente se pudieran consolidar en nuestro país inversiones chinas que detonarían en desarrollo, crecimiento y empleo para nuestro país.
Siempre se ha recomendado la diversificación de las inversiones y de la producción de diversos productos y servicios, este es un buen momento para hacer efectiva la idea y para comenzar a desestadounizar la economía mexicana, apostando también hacia otras latitudes como Sudamerica, Europa y Asia.
Buen trabajo tienen las autoridades en materia de economía para aprovechar la coyuntura y hacer que en esta guerra de gigantes, un fenómeno colateral sea el despunte de nuestra economía y el crecimiento como consecuencia; aplicando quizá, el viejo adagio de que a río revuelto, ganancia de pescadores.
Trump dijo que continuarán las negociaciones, aunque amenazó que aplicará un arancel del 10% a partir del 1 de septiembre sobre los 300 mil millones restantes de bienes y productos procedentes de China. Este impuesto no incluye a los productos que ya han sido cargados con un 25%. La decisión de Estados Unidos afectaría productos como teléfonos móviles, computadoras portátiles y consolas de videojuegos. Hace apenas unos días la empresa Sony advirtió que de aplicar esta medida, el precio de su consola de juegos PlayStation se incrementaría, ya que el equipo se fabrica en China.
Pero esa empresa no ha sido la única, junto a Nintendo y Microsoft unieron fuerzas y enviaron una carta a la Oficina del Representante de Comercio de los Estados Unidos, en donde dejaron en claro los riesgos que supone para el mercado implementar los aranceles. La guerra comercial contra China ha obligado a que las empresas comiencen a buscar alternativas en otros países asiáticos, y también que volteen la mirada por ejemplo hacia nuestro país.
Apple ya ha evaluado posibles escenarios para la fabricación de sus productos. La tecnológica tiene planes de ensamblar los iPad y MacBooks en una planta de Indonesia, mientras que India se perfila como el siguiente productor de iPhone.
El caso de la Mac Pro es interesante, ya que la empresa que la fabrica planea mudarla de Estados Unidos a China, algo que no le ha parecido a Donald Trump, quien asegura que Apple debe pagar aranceles por fabricarla en ese país.
En contraste, «la economía de China se hunde», suele afirmar Donald Trump. Con las amenazas de imponer más aranceles a todas las importaciones de productos chinos, el presidente estadounidense espera obligar al gigante asiático a firmar un acuerdo comercial.
La guerra comercial se sumó a los múltiples desafíos a los que se enfrenta la segunda economía mundial: desaceleración del crecimiento, sobreendeudamiento y empresas públicas ineficaces y deficitarias.
En ese contexto, las nuevas sanciones que Trump prometió podrían golpear duramente a la economía china, según los analistas, que esperan no obstante que Pekín siga firme en su postura, a la espera de tiempos mejores.
Antes incluso de que Trump amenazara con nuevos aranceles, el presidente chino, Xi Jinping, reconoció que la situación era «compleja» pero que había que «resistir».
Xi Jinping asegura que «el barco de la economía china puede hacer frente a las olas«, pero el crecimiento decayó en el segundo trimestre, marcando su rendimiento más bajo en al menos 27 años, al 6.2%.
Y, lo que es peor, hay muchas posibilidades de que la economía china vaya, de hecho, mucho peor. Las últimas cifras no son muy alentadoras. En julio, la actividad manufacturera se contrajo por tercer mes consecutivo, por la bajada de pedidos para la exportación.
Al mismo tiempo, el mercado de trabajo se degradó a su ritmo más rápido en cinco meses, con las empresas recortando en plantilla para reducir costos. Pero las sanciones comerciales estadounidenses no son la única causa. Al contrario de lo que afirma Trump, la desaceleración de la economía china se debe principalmente a factores internos.
Sin embargo, la próxima embestida de aranceles, que debería llegar el 1 de septiembre, «será un electroshock» para el sector manufacturero, pues hay que recordar que Estados Unidos es el principal destino de las exportaciones chinas.
El sector de la electrónica es particularmente vulnerable, pues muchos productos exportados a Estados Unidos, como los celulares inteligentes, estarán sometidos a esta nueva serie de tasas aduaneras suplementarias.
Pero, aunque la economía sufra, nada parece indicar que Pekín vaya a ceder a las exigencias de Washington, algunas de las cuales, como la eliminación de las subvenciones a las empresas públicas, podrían incluso socavar la estructura del régimen comunista.
Así, el Gobierno chino debería tratar de ganar tiempo, esperando -como critica Trump- que el año próximo se elija un presidente más conciliador.
Así, Pekín podría optar por dejar que se desvalorice su moneda para apoyar sus exportaciones. Se trataría pues de una «palanca» suplementaria en las negociaciones con Washington.
China cuenta con otra opción, que las autoridades han descartado hasta la fecha: una política de relanzamiento de la economía a través de las inversiones masivas.
Pero esto podría hacer que aumenten los riesgos financieros, recordando que China da una gran importancia a la reducción de la deuda.
Para depender en menor medida de las exportaciones, Pekín intenta cambiar su modelo de crecimiento, incentivando el consumo interno.
Pero esto solo puede funcionar subiendo los sueldos, lo que perjudicaría a la competitividad.
A nivel político, ante la inminencia del 70º aniversario de la fundación de la China comunista, el 1 de octubre, parece difícil que Xi Jinping vaya a ceder ante el presidente estadounidense.
Con sus nuevas amenazas, Trump reduce la posibilidad de un acuerdo con China. Pekín se mostrará más decidido a prepararse de cara a tensiones económicas a largo plazo.