No sabía si tocar el tema, porque yo me vi inmiscuido en uno similar, con asegunes y distancias; con las particularidades de caso, lugar, investidura, etcétera, y consideré que podría ser juez y parte por haber vivido en carne propia un asunto semejante y tal vez el silencio sería lo prudente. Luego decidí que precisamente por eso podía escribir, con más razón del asunto, porque sé que el agua es gélida ya que he nadado en ella. Pero también que cabía aquí la nota aclaratoria: no pretende este texto comparar los dos eventos sucedidos en distintas sedes deportivas, sino analizar el segundo.
En ese sentido el error, o en términos teológicos, el pecado del Gobernador de Jalisco no fue ir a ver a los Lakers. Eso en sí mismo no violenta ningún código, ley o mandamiento. Pero el diablo está en los detalles. Veamos lo que aconteció y sigue aconteciendo en El Sueño de una Noche con los Lakers:
Lo primero es presumir la agenda, decir que está hasta el tope, dar una señal de que fue a trabajar.
Esto contrastará después con la explicación del mandatario donde señala que él pagó su boleto de avión, pagó el boleto de su novia y también la habitación de hotel de su propio dinero.
Si es una gira de trabajo por el bien de Jalisco ¿Qué hace pagando de su bolsillo las cosas? ¿Es porque lleva a su novia? ¿Eso lo hace un viaje distinto a uno de trabajo? No son preguntas para buscar tres pies al gato, son preguntas naturales que se hace quien lee la aclaración. ¿Para qué me aclara?, ¿Porqué lo hace después de que hay escándalo? ¿No sería algo digno de presumir?, ¿“Yo pago mi viaje y mis costos” sólo es necesario decirlo cuando lo que hay que aclarar es “porque voy a ver a los Lakers con mi novia”?.
¿Qué está tratando de explicar? ¿Qué error está tratando de cubrir? ¿Qué fuego quiere apagar? Algo se hizo mal, algo está podrido en la toma de la televisión donde sale a cuadro y por eso vino la memiza brutal y despiadada que generó esa aclaración.
Lo que está podrido no es la asistencia sino el valor simbólico.
Es decir un valor que va más allá de la lógica económica de la mercancía, en este caso el costo del boleto y que tiene que ver con signos y significaciones con un sentido más allá de su equivalencia (del pago) en pesos y centavos.
Mientras febrero de 2019 se convierte en el mes más violento del que se tiene registro en el Estado de Jalisco, con un promedio de 9.07 víctimas de homicidio al día, el gobernador está de gira, presume que tiene que trabajar muy duro y aparece en un estadio disfrutando un juego. Eso arde, es daño simbólico sin importar que el boleto haya costado dos habichuelas.
Ese y todos los otros problemas que enfrenta Jalisco, por un lado, son el primer golpe en contraste y está el otro efecto simbólico gravísimo: la opulencia.
Después de un prolongado periodo de gobernadores como Duarte, de auténticos virreyes y sátrapas de nula credibilidad, en medio de un discurso que promueve lo opuesto a la opulencia, salir en primera fila en un evento al que muy pocos en este país de pobres tiene alcance resulta un mensaje terrible, porque lo liga a esta vieja escuela de gobernadores todo poderosos que podían acceder a lujos enormes mientras el pueblo miraba con el estómago vacío.
Y ahí está el detalle. No se trata, para nada de si el acto es malo, bueno, legal o ilegal. En lo simbólico es terrible.
Ya no digamos nada de la enredada de lengua apocalíptica que se dieron a la hora de las explicaciones: que si el boleto fue regalado, que si se lo encontraron tirado, que si cuesta 200 pesos o 7 mil dólares en reventa, que si un empresario tequilero gusta de regalar boletos a gobernadores visitantes como una tradición, que si era melón o era sandía, que si fueron a Cuba a traer a Silvio Rodríguez… eso es ya nomás es el enredijo del que no pueden salir porque son al parecer incapaces de entender dónde está el error y están resolviendo un problema de comunicación que no acaban de asimilar. Dando palos de ciego en Twitter, pues y para muestra un botón del señor gobernador:
“Como hay quienes quieren seguir con el tema, voy a aclarar las cosas de una vez por todas. No es tan difícil de entender, decidí ver un juego de la NBA en mi tiempo libre y con mi dinero. Es mentira que cada boleto cueste miles de dólares y aquí está la prueba”.
Un regaño, la exigencia de que ya nos callemos y una prueba cuestionable sobre el costo del boleto.
A la refundación, diría el proverbio, su ceguera no le deja ver.
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