El sexenio del gobernador priista Aristóteles Sandoval Díaz llega a su fin en una de las crisis sociales más profundas que haya tenido la sociedad de Jalisco en su historia reciente.
Y sin embargo, el discurso del mandatario saliente trata de vender el mensaje de que deja un estado vanguardista en lo económico, político y en materia ambiental. Aristóteles Sandoval presume que Jalisco es clúster mundial en tecnología e innovación, potencia agroexportadora, con cifras históricas de creación de empleos y de reducción de pobreza. En varios encuentros mundiales, presumió a su gobierno por sus políticas ambientales y lo calificó de vanguardista en democracia participativa.
Es entendible este discurso triunfalista del gobernador que está a unas semanas de dejar el poder. Todo gobernante busca labrarse o comprarse el mejor lugar en la historia. El ego potenciado que está en el ADN del político profesional lo empuja a proyectarse así mismo lo mejor posible.
Apenas el pasado martes, al inaugurar tres obras en el complejo de la Ciudad Creativa Digital, Aristóteles Sandoval presumió a su gobierno: “Este es un paso, faltan muchos por dar, pero ya dimos varios. Me comprometí y hoy estamos cumpliendo con todas y con todos ustedes, pero sobre todo con las presentes y futuras generaciones que van a saber, que van a nacer en un estado donde vamos más rápido y donde estoy seguro vamos a llegar más lejos, esto va más allá de periodos gubernamentales, esto ya es el clúster, esta es la Capital de la Innovación”.
Pero la realidad de la calle, de la fábrica, del ejido, del comercio ambulante, del usuario cotidiano del transporte público, de la inmensa masa de jaliscienses que sale todos los días a ganarse el pan diario y una vida digna no ven la “realidad” que Aristóteles Sandoval proyecta en sus discursos y propaganda publicitaria. No es la misma realidad. En buena medida porque los gobernadores no viven la misma realidad que sus gobernados.
La mirada del etnógrafo nos ayudaría muchísimo a desmenuzar por qué la “realidad” del gobernante es tan distante a la un ciudadano de los barrios y colonias. Para empezar el gobernante vive, literalmente, en una mansión con decenas de sirvientes, y trabaja en varias oficinas con cientos de servidores.
Al gobernador se le paga no solo su sueldo, sino la cama donde duerme, la comida que come y la cocinera que la prepara, el chofer que lo lleva a donde quiere o el piloto que lo transporta en helicópteros oficiales o jets privados, sin la lata de buscar los mejores precios para volar.
El gobernador de Jalisco no sólo tiene decenas de ayudantes para hacer lo que un jalisciense común debe y hace por su cuenta: dormir, comer, transportarse y trabajar.
Pero a diferencia del 99.99 por ciento de los mortales que hacen su trabajo por su cuenta, sea el comercio, la manufactura, oficios o profesiones, el gobernador es ayudado en su trabajo por cientos de personas. Desde el secretario que le organiza el día a día, le hace las llamadas que pide o le contesta los grupos de WhatsApp.
El gobernador tiene también quién le resuma las noticias, o que le prepare tarjetas informativas y también quién piense y escriba las palabras que leerá o pronunciará como propias. Y por si todo eso fuera poco, el gobernador tiene un gabinete. Y cada secretario cuenta a su vez, aunque en menor escala, con las ayudantías para su desempeño.
El gobernador vive en una burbuja y es en parte responsabilidad del gabinete que elige para que lo ayude a gobernar.
Cada secretario se ve obligado a quedar lo mejor posible con el gobernante en turno. De eso depende que continúe en el cargo y futuras contrataciones.
Así se entiende que cada secretario trata de presentar lo mejor posible su trabajo y, en ese esfuerzo, se escogen siempre las mejores cifras, los mejores resultados, y en consecuencia se trata de evitar informar de lo que no funciona, de los acuerdos por cumplir, de lo que no se hizo, de lo que no funciona, o funciona mal. Hasta que no se puede. Es la pesada inercia de la maquinaria burocrática.
Con este conjunto de ayudantías personales, se conforma la percepción que el gobernante tiene de su gobierno. Y así se crea la burbuja en la que vive, en la que se cree que las cosas marchan mejor que antes, que se crece más y más rápido, que se está alcanzando el futuro.
Y así es como se despegan de la realidad. Se creen la realidad que se produce al seno de su burbuja. Una burbuja llena de comodidades, que no sabe de no tener para pagar la renta o de un colchón duro; que no se preocupa si alcanzará para llegar a la quincena o el pago mensual. Es un tapatío que no sabe de las horas pico de tráfico o de las zonas más inseguras. Nunca va a estar en un embotellamiento y nadie robará sus espejos de su auto o entrará a asaltar su casa.
Pero la realidad fuera de esa burbuja es muy distinta. Es una realidad que dice que hay que trabajar mucho y muy duro para alcanzar la sobrevivencia, ya no se diga para rozar la vida digna.
Es una realidad que confirma día a día que por más trabajos creados en el sexenio, ahora son más explotados que antes, es decir, que se gobernó más para los capitalistas que para la clase trabajadora. La realidad fuera de la burbuja muestra un estado entregado al capital privado, y no es metáfora: una quinta parte de Jalisco puede ser explotado por las empresas que tienen las concesiones mineras. A eso hay que añadir el territorio del estado entregado para concesiones de agua, de playas que se convierten en privadas, de bosques y campos entregados a la industria aguacatera o los berries que han privatizado el campo.
Y fuera de la burbuja se sabe que vivimos un sexenio de guerra: nunca como en el sexenio de Aristóteles Sandoval hubo tantos muertos, masacrados, desaparecidos, ejecutados extrajudicialmente, fosas clandestinas y centros de exterminio.
En este sexenio se agravaron las condiciones de vida de la mayoría, algo que las cifras de reducción de la pobreza maquilladas de la burbuja no podrán ocultar.
De modo que Aristóteles Sandoval despide su sexenio con cifras alegres en todos los campos, pero no se da cuenta o no quiere darse cuenta, que son cifras de su burbuja de irrealidad.