TRUMP CUMPLE UN AÑO EN LA CASA BLANCA: HA SIDO MÁS POLÉMICA QUE PUNTOS POSITIVOS
Donald Trump, el xenófobo mercader y sicofante de la política cumple un año en la Casa Blanca con mucha polémica a nivel nacional e internacional. Política exterior, economía, medio ambiente, migración, reforma fiscal y tuits explosivos han sido los puntos que han generado más polémica durante el año de gobierno de Trump.
Cuando hace un año Donald Trump ocupó la Casa Blanca, lo hizo bajo la promesa a sus más fieles votantes de que acabaría con la «lodazal» que conformaba la clase política de Washington. Las formas y el fondo populistas del empresario y protagonista de reality shows habían desembarcado en el Despacho Oval. En este primer aniversario de la era Trump la deriva y la impronta de su gobierno eran predecibles. A fin de cuentas, si algo no se le puede reprochar es que en la campaña electoral fue transparente: atacó con saña a los medios y a sus oponentes. Dejó claro que para él los inmigrantes de ciertos países eran indeseables. Indicó que una de sus prioridades era construir un muro infranqueable en la frontera Sur. En sus mítines aseguró que impulsaría una política económica proteccionista para «salvar» a los trabajadores de una inexistente debacle económica. Ridiculizó los esfuerzos internacionales por detener un cambio climático cuya existencia niega. En cuanto a las mujeres, exhibió su menosprecio con comentarios abiertamente ofensivos y sexistas. Sobre todo, en el transcurso de la feroz contienda la mayor obsesión de Trump fue denostar todos los logros de su predecesor, Barack Obama. Estaba resuelto a triturar el legado de uno de los presidentes más populares de la historia contemporánea de Estados Unidos, incluso a fuerza de difamarlo por medio del movimiento Birther, asegurando que tenía pruebas de que Obama era un «farsante» que en realidad había nacido en África. Ya entonces afloraba un sentimiento racista vinculado al nacionalismo blanco que ha recobrado fuerza bajo su mandato. No debe pasarse por alto la inquina de Trump hacia el ex presidente Obama, porque si hay un tono recurrente a lo largo de este primer año es el de un jefe de estado que de tener agenda (todas las filtraciones que salen de la Casa Blanca apuntan a un caos en la gestión política diaria), es la de una dinámica de enfrentamientos como modus operandi dirigidos al enemigo de turno. Trump ha roto con todo el protocolo de la política estadounidense al convertirse en el primer presidente en la historia de ese país sin haber tenido previa experiencia política o militar.
Muchos de los simpatizantes del actual mandatario, votaron por el candidato que les dijo que el sistema actual estaba roto y que los otros políticos eran falsos. En su cabeza no habitan valores ni elaborados conceptos intelectuales, sino un mecanismo muy básico de ganar en una negociación en la que todo vale, incluyendo los golpes bajos. De este modo ha pretendido, con escaso o ningún éxito, prohibir la entrada de nacionales de ciertos países mayoritariamente musulmanes. Fracasó en su intento por eliminar de un plumazo el sistema de salud conocido como Obamacare. Y todavía está haciendo cálculos para erigir un muro que, según él, vamos a pagar los mexicanos. En lo que se refiere a logros políticos, sólo ha podido apuntarse una reforma fiscal que promete mucho a la clase media aunque los mayores beneficiaros son las corporaciones y los más ricos. En la vorágine de un año marcado por una presidencia cuya errática política exterior se sigue por Twitter -las amenazas a Corea del Norte, los dimes y diretes con el presidente Enrique Peña Nieto, los desencuentros con Theresa May, por poner unos pocos ejemplos-Trump nunca ha abandonado su inclinación por el performance. Su médium ideal es el escenario de “The Apprentice”, vociferando y humillando a concursantes. Ahora su público es toda la nación y la Casa Blanca es su escenario al mundo, donde monta y desmonta disputas con sus adversarios y si hace falta tomar rehenes en sus trifulcas -como es el caso de los más de 700,000 “dreamers” cuyo destino está en juego en una negociación por una reforma migratoria en la que el presidente se muestra cruel y caprichoso a su antojo- lo hace sin el menor remordimiento. Sería injusto (un fake news en toda la regla) afirmar que en su primer año de mandato Trump ha defraudado al país. En todo momento ha sido fiel al mensaje que sedujo a su sólida base electoral. Tampoco hay mayores sorpresas para quienes vivieron con consternación su victoria. Sus peores temores se han cumplido. Así concluye un año con Trump.
En otro escenario, y también en el marco de este primer año, decenas de miles de personas se volcaron a las calles de ciudades en Estados Unidos este fin de semana para la segunda “Marcha de las Mujeres”, manifestando su rechazo a Trump. Con su epicentro en Washington, las marchas esperaban ser mucho más modestas que hace un año, cuando un estimado de tres millones de personas en todo el país protestaron contra la flamante llegada del magnate a la Casa Blanca.
Las manifestaciones de este fin de semana esperan mantener la llama de la resistencia portando el mensaje “Power to the Polls” (Poder a las urnas), diseñado a empujar la votación y potenciar la participación de las mujeres en las elecciones intermedias de noviembre, en la cual una cifra récord de mujeres compiten por un cargo. Los manifestantes se congregaron en Washington, Nueva York, Chicago, Denver y otras ciudades estadounidenses el sábado, muchos portando los famosos gorros de lana rosa con orejas conocidos como “pussy hats”, una referencia a los alardes sexistas de Trump -recogidos durante una grabación- de que era capaz de “atrapar por el coño” a las mujeres que deseaba con impunidad.
Donald Trump cumplió este sábado su primer año en la presidencia de Estados Unidos obligado a cerrar las operaciones no esenciales del gobierno, al fracasar un acuerdo en el Senado para aprobar una extensión del presupuesto por cuatro semanas. El Senado tenía plazo hasta la medianoche del viernes, lo que ya hizo el jueves la Cámara baja, pero el Partido Republicano no consiguió, pese a las febriles negociaciones, los 60 votos necesarios para adoptar la medida. El cierre («shutdown») de las actividades federales entró en vigor este sábado. Este escenario supone una dura derrota política para el xenófobo Trump, justo en el día en que se cumple exactamente un año de su investidura como presidente.
La oposición demócrata bloqueó el acuerdo presupuestario al no incluirse una solución para los más de 700,000 inmigrantes beneficiados por el programa DACA, lanzado en 2012 por el gobierno del entonces presidente Barack Obama, y que no fue renovado por Trump. Los primeros efectos de la paralización del gobierno federal se sentirán a partir del lunes.
En las Fuerzas Armadas, los uniformados deberán permanecer en sus puestos, al igual que la policía, la guardia fronteriza, los agentes aduaneros y los operadores de vuelo en todo el país.
En la administración pública se mantendrán las operaciones de la Casa Blanca, el Departamento de Estado, el Congreso y reparticiones federales como la Oficina de Correos, aunque con menos personal.
Entre las oficinas de la administración pública que serán cerradas se incluyen la Dirección Impositiva, la Administración de la Seguridad Social y los Departamentos de Vivienda, Educación, Comercio y Trabajo, así como la Oficina de Protección Ambiental.
Además, por el momento se torna prácticamente imposible prever cuánto tiempo perdurará esta situación, aunque los dos partidos ya iniciaron el estéril juego de distribuir responsabilidades por lo ocurrido.
Así pues, al mando de una Casa Blanca por momentos ‘errante’, el sicofante de la política Donald Trump cumplió sus primeros doce meses como presidente de los Estados Unidos, reafirmando su discurso antiinmigración. Su última gran puesta en escena, calificar como ‘países de mierda’ a El Salvador, Haití y otras naciones africanas, durante una reunión con congresistas que discutían sobre una nueva propuesta migratoria. La escandalosa expresión, aunque repudiada por la comunidad internacional, fue apenas matizada por el mandatario. Con múltiples frentes políticos abiertos, las críticas de sus detractores —y algunos aliados— son cuantiosas, desde su elitismo manifiesto, su racismo solapado, la cercanía a grupos de supremacistas blancos y neonazis, hasta su abierto machismo y objetificación hacia las mujeres; también los posibles conflictos de intereses con sus empresas y sus ‘asesores’ familiares, principalmente su hija Ivanka Trump y su yerno Jared Kushner, en la mira.
Incluso las dudas sobre su ‘capacidad mental’ para gobernar, sospechas que, tras la publicación del libro Fire and Fury: Trump inside the White House de Michael Wolff, no han hecho más que aumentar. Pero quizás el más destacado de sus problemas, en este primer aniversario de su gestión, es el de los señalamientos sobre la supuesta ‘vinculación’ de su Gobierno con Moscú, situación que llevó a la apertura de investigaciones por parte del Congreso, el Departamento de Justicia y el FBI, colocando a Trump ante la posibilidad de convertirse en el primer presidente en la historia de los Estados Unidos en ser destituido. Como es natural, el magnate rechaza todas las acusaciones que se le endilgan, respondiendo con la ya oficial verborrea tuitera, contra un variado arco de ‘enemigos’ donde una lectura puramente institucional, apuntaría inmediatamente al Partido Demócrata, no obstante, Trump incluye entre su ‘enemigos’ a algunos conglomerados mediáticos, a los cuales dedicó un ‘premio’ acusándolos de ‘mentir’ y publicar fake news .
También se ha enzarzado con celebridades de la música, el deporte y el cine, y por supuesto, con colectivos organizados de inmigrantes, afroestadounidenses, mujeres o grupos LGBT, que rechazan sus políticas o acciones. Sin embargo, el más enigmático de los ‘enemigos’ a los que ha hecho referencia recientemente entre la opinión pública norteamericana, es sin duda el llamado ‘Deep State’ o ‘El Estado en las sombras’, término que resurgió tras las visibles tensiones entre la Casa Blanca y las agencias de seguridad; llegando el propio Trump a utilizar el término. Ciertamente no es una idea nueva, rara vez ha sido mencionada por un mandatario estadounidense en ejercicio, y normalmente es tratada por la prensa en Estados Unidos, como una ‘excentricidad’ propia de las ‘teorías de la conspiración’, pero el concepto dista de ser ficción, más bien hace referencia a las ‘agencias’ cuyo poder en Washington son ‘invariables’, independientemente de quien esté al mando del Despacho Oval. El término ‘Deep State’ no es preciso, este tiene relaciones directas con la comunidad de inteligencia norteamericana. Mientras los presidentes electos van y vienen, los agentes de inteligencia se mantienen en el tiempo y disfrutan del mando real. Ejercen su poder en secreto, en la oscuridad, y no están sujetos a ninguna responsabilidad democrática. Luego entonces se entiende que el ‘Deep State’ es como una amalgama de grupos económicos superpuestos, todos de ‘carne y hueso’, es decir, individuos con poder, intereses y por supuesto cuentas bancarias.
Entre estos grupos económicos, se identifica a tres grandes bloques que mantienen intereses superpuestos, primero aquellos asociados con el ‘negocio de la guerra, el militarismo y la inteligencia; el segundo está ligado al poder corporativo privado, el comercio de armas y los combustibles fósiles; y el tercero con los muchos burócratas integrados de las muchas agencias administrativas del gobierno estadounidense.
En cuanto a las relaciones con el mundo en la Era Trump, los resultados tampoco parecen considerase victorias para la Casa Blanca.
Aún faltándole tres años al fin de su mandato, el republicano se ha colocado a contracorriente de los pocos consensos alcanzados por la comunidad internacional.
El retiro de su país del Acuerdo de París; la construcción del muro en la frontera mexicana; el endurecimiento de las relaciones y bloqueo hacia Cuba y el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, añadiendo más fuego al desigual conflicto con Palestina en una ya inestable región, son solo algunos ejemplos de los proyectos en los que Trump se ha embarcado casi en solitario, salvo el apoyo de Tel Aviv y algunas micronaciones del Pacífico.
El lenguaje prebélico en las diatribas con Corea del Norte y la extemporánea convocatoria de Estados Unidos a la Conferencia en Vancouver —evento que busca imponer más sanciones a Pionyang y excluye a China—, en un momento en que las dos Coreas atenúan el conflicto bilateralmente a través de la diplomacia deportiva, deja preocupaciones sobre el futuro de la paz en la era Trump.
Si bien la mayoría de los analistas coinciden en que el mundo asiste a una lenta transición hacia un orden multipolar liderado principalmente por China y Rusia, vuelven a surgir las preguntas sobre cómo actuará el jefe de la Casa Blanca para frenar la decadencia de la hegemonía norteamericana, sin que se abran la puertas a una guerra entre las potencias. Al tiempo lo veremos.